Francisco Canals - El “derechismo” y su inevitable deriva izquierdista
Teniendo presente las próximas elecciones presidenciales que se llevara a cabo en el territorio nacional, el agudo texto del tradicionalista carlista Francisco Canals adquiere una total vigencia, no solamente por las elecciones locales, sino por las elecciones y gobiernos de cualquier país del mundo occidental en estos momentos. Donde podemos observar como cada vez más hay un desplazamiento a la izquierda de todos los partidos y movimientos considerados de “derecha”. Desde que fuera destruido el orden natural por las sucesivas revoluciones, desde la rebelión protestante, la revolución americana y francesa, hasta la revolución bolchevique, ha habido una constante debacle y derrota de la “Derecha” por parte de la izquierda en todas sus vertientes, los liberales de hace más de 200 años son ahora los conservadores y derechistas de nuestros tiempos, en una eterna concesión a todas las ideas revolucionarias. Siendo entonces la derecha y la izquierda dos aspectos de un mismo mal, diferenciándose solo la velocidad con que cada una se acerca al abismo.
Es aquí donde la idea de Curtis Yarvin (Mencius Moldbug) de la Ilustración oscura, adquiere total coherencia, la idea de que Occidente se ha movido inexorablemente hacia la izquierda sin parar por alguna extraña fuerza que él llama Cthulhu, que en realidad es el liberalismo o la Revolución, la expresión más reciente de la modernidad subversiva.
«Cthulhu nada lento, pero siempre nada hacia la izquierda.»
- Mencius Moldbug
EL “DERECHISMO” Y SU INEVITABLE DERIVA IZQUIERDISTA
(Artículo de don Francisco Canals, 1953)
I
La derecha y la izquierda nacieron en los Parlamentos.
Conviene siempre tenerlo presente para explicarse la anomalía específica de la
mentalidad “derechista”, que la ha dejado siempre inerme ante la “izquierda” y
ha sido causa de que “derechismo” haya llegado a ser considerado como sinónimo
de incapacidad y de predestinación al fracaso.
La derecha no sólo nació en los Parlamentos: nació del parlamentarismo. La
derecha vino a ser aquel sector político que, en el ambiente del
constitucionalismo liberal, quería salvaguardar el orden y la autoridad, claro
está que dentro de la ortodoxia del liberalismo. O, como se dijo en ocasiones
célebres, era el partido de quienes querían conciliar la libertad con el
orden.
El orden y la libertad no son de suyo cosas incompatibles. Si tanto se hablaba
de su conciliación era porque aquella libertad que se propugnaba era la del
liberalismo, que siempre había sido y continuaría siendo siempre bandera
revolucionaria; mientras que el orden que se trataba de defender era
precisamente el nacido de la Revolución.
Se comprende, pues, que la operación no dejase de
tener sus dificultades. Había que defender, frente a la execrada “reacción”, el
orden revolucionario, y para ello había que proclamar como buenos e inmortales
los principios de la Revolución y dar por buenas sus más revolucionarias
empresas: aquellas que – como la desamortización eclesiástica o la expropiación
en Francia de los bienes de los “emigrados”- habían hecho nacer precisamente el
“orden nuevo”. Pero al mismo tiempo había que evitar que la Revolución misma,
en sus nuevas fases más radicalmente revolucionarias, pusiese en peligro las
“preciosas conquistas” ya conseguidas.
Así nació la mentalidad “moderada” o “conservadora”. Podemos encontrar una
definición real del mismo en aquel juicio de Balmes, según el cual el partido
conservador es conservador de la Revolución.
Los conservadores, ante las nuevas etapas de la Revolución, debían adoptar
actitudes que les exponían necesariamente a ser acusados de “reaccionarios”, de
enemigos de la libertad y del progreso, etc. Ante tan gravísimo insulto su
“reacción” no podía ser otra que la de acusar a su vez a las “izquierdas” de
corruptoras de la libertad y sostener y proclamar que eran ellos –los
“derechistas”, los “conservadores”- los verdaderos y sinceros liberales.
Con esto ya podemos llegar a definir la derecha tal como aparece formada en la madurez y edad de oro del parlamentarismo liberal: la derecha, el “partido del orden”, defensor de los principios y de los intereses conservadores, es el partido liberal propiamente dicho, precisamente porque es –según observó con genial paradoja el P. Ramière- el más inconsecuente de los partidos liberales.
Por esto, mientras la izquierda –que encarnaba el dinamismo revolucionario-
tuvo por lema “pas d’ennemis à gauche”, y así lo proclamó y así lo ha
practicado, en el fondo, siempre, la derecha podría haber formulado la ley de
su conducta en esta norma: “pas sans ennemis à droite”. Mientras la izquierda
proclamaba que nada le parecería demasiado revolucionario, la derecha se
esforzaba siempre por poner de relieve lo “moderado” y “prudente” de su actitud
antirrevolucionaria, y se gloriaba por ello de poder mostrar, como testimonio
de su amor a la libertad y al progreso, que no dejaba de ser considerada ella
misma como revolucionaria por los “extremistas de la derecha”, por los “reaccionarios”.
II
El resultado necesario de esta situación fue el constante desplazamiento
hacia la izquierda, no sólo de la opinión y de los partidos, sino de la norma
de valoración con que se juzgaba del derechismo y del izquierdismo de tal o
cual actitud.
Antes de 1848, la democracia era “izquierdismo”, y la derecha era adversaria del sufragio universal. Esta derecha liberal y antidemocrática atacaba a la democracia de falsear y destruir el verdadero liberalismo, y de ser por esto tan funesta como la reacción misma.
Años después, la democracia antisocialista sería ya
admitida como liberal y “de orden” por los antiguos liberales. Desde la
derecha, ya liberal y democrática, se acusaría al socialismo de ser
adversario de la verdadera democracia y por lo mismo reaccionario y destructor
del progreso y de la libertad.
Por otra parte, y sin que ello sea en el fondo contradictorio, se da el caso de
que los partidos que recogen la mayoría de los votos “conservadores” y
“derechistas” toleran que se les llame “de centro”, prefieren que se les
considere “izquierdistas” y llegan a considerar insultante el ser llamados
“derechistas” y “conservadores”, así como hace un siglo(*) era para ellos
intolerable que se les considerara “reaccionarios”, aunque se gloriaban todavía
del título de “conservadores”. Ya hemos visto emplear por las actuales derechas
“izquierdistas” como slogan electoral esta sugestiva proclama: “La
verdadera revolución la hacemos nosotros”. Si, en el comienzo del proceso,
la derecha era el verdadero partido liberal, se ha llegado ya al punto en que
la “derecha” se proclame el verdadero partido revolucionario, o lo que es lo
mismo, la verdadera “izquierda”.
La revolución ha seguido su camino.
III
Un hecho todavía más lamentable ocurrió a lo largo de este proceso. Cuando los
“conservadores” tuvieron que temerlo todo de la revolución violenta y franca y
mucho menos que temer por parte de la “reacción”, ya reducida a la impotencia,
llamaron en su auxilio a los que llamaban “reaccionarios”, es decir, a aquellos
que habían conservado de algún modo los principios y el espíritu a que la
Revolución se oponía. Les invitaron a la unión en defensa de los “principios
y de los intereses conservadores”; les llamaron a combatir bajo la bandera
del “orden” y también bajo la de la libertad”. ¿Acaso no era justo
exigir a los “reaccionarios” que renunciasen a sus “extremismos
inquisitoriales” y a sus “utopías medievalistas” y se hiciesen así útiles a la
salvación de la sociedad?
Pocas veces dejaron los antiguos “contrarrevolucionarios” de ceder a la
tentación “conservadora”. Le llamamos tentación porque, aunque era muy propio
del auténtico espíritu contrarrevolucionario ayudar siempre a todo cuanto
pudiese frenar la Revolución violenta, no lo era tanto que el fusionismo “derechista”
viniese a confundir y a diluir aquel espíritu en una actitud “conservadora” –es
decir, sucesivamente “liberal”, democrática, centrista, izquierdista moderada, verdaderamente
revolucionaria, etc.- El resultado fue casi la extinción de la ideología
y la actitud que hubiera sido necesaria y adecuada a la empresa política más
grandiosa y difícil de todos los tiempos: la lucha contra la Revolución.
IV
Con la política tiene que ver todo desde arriba o desde abajo, y sobre todo las
realidades y valores más fundamentales en la vida humana. La religión, la
filosofía, los gustos literarios, las costumbres, la educación y, en fin, todo
esto que ahora se llama “la cultura”.
Por esto la evolución “conservadora” de la lucha “contrarrevolucionaria” tenía
que traer consigo esta grave consecuencia. En todos los aspectos, el combate
cristiano se contagió más o menos de un espíritu que podríamos caracterizar
como el de un “conservadurismo cultural”. Este conservadurismo sustituyó y
debilitó –hasta destruirlo muchas veces- el culto de la verdad y por lo mismo
el respeto a la tradición. Fue también “conservador de la Revolución”. El papel
“fusionista” que en lo político habían jugado “los intereses comunes”, por cuya
salvación se olvidó la defensa y la restauración del orden cristiano, lo
ejercieron también en la lucha ideológica las burguesas y racionalistas
ilusiones de “la cultura”, de “la altura intelectual”, de la “amplitud de
criterio”, de la “objetividad e imparcialidad científica” (¡Santo Dios!) y
desde luego las supremas ilusiones de la “originalidad”, del “espíritu
progresivo” y “creador”, y de la “actualidad”.
Por lo mismo, la actitud de este “derechismo” cultural ha obedecido también a
la consigna “Pas sans ennemis à droite”. Para comprobar la “altura” y la
“actualidad” de un pensador acusado de reaccionario es indispensable exhibir el
glorioso hecho: también él tuvo enemigos en la “extrema derecha”. Y el que
fuese considerado progresista por los reaccionarios hace patente hasta qué
punto fue él “comprensivo” y “abierto” en su diálogo contra los heterodoxos.
Si el lector reflexiona sobre esta situación, verá que ella debía inevitablemente producir un desplazamiento continuo de la norma con que se juzga de las mismas doctrinas. El “conservadurismo cultural” queda, pues, sumergido en una dialéctica “evolucionista” y “progresista”. ¿No consiste acaso su defensa en proclamar también que “somos nosotros” –los conservadores- los verdaderos “innovadores”, y que en resumen “la verdadera revolución –también en el orden de la cultura y del pensamiento- la hacemos nosotros”?
Es fácil ver que por este camino no se va probablemente sino a la ruina de la verdad. O, en el mejor de los casos, no se va a ninguna parte.
V
¿Acaso defendemos como actitud adecuada la de neutralidad entre la derecha y la
izquierda?
De ningún modo. Creemos que conviene precisamente denunciar en el
“conservadurismo” su inversión de valores y su fidelidad a los principios
revolucionarios. Pero si alguien entiende por “derechismo” el auténtico
espíritu de defensa del orden cristiano contra la Revolución anticristiana –y
así lo entienden muchos que al atacar a la derecha defienden en el fondo
el espíritu revolucionario-, entonces creo que no habría que hacer otra cosa
sino proclamarse “ultraderechista”.
Pero esto es precisamente a lo que la “derecha”, conservadora de la Revolución,
no se atreverá jamás.
*****
(*) El autor escribe en 1953.
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