Un nuevo Milenarismo y el problema del Hombre Nuevo
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Por:
Víctor Velásquez
Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos
cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia.
II Pedro 3,13
“El Padre tuvo un
reino de cuatro mil años que corresponde al Antiguo Testamento. El Hijo reinó
hasta el año 1200. Entonces el Espíritu de vida salió de los dos Testamentos
para dejar lugar al Evangelio Eterno. El año 1260 verá comenzar la era del
Espíritu Santo. El reino de los laicos corresponde al del Padre, tuvo su lugar
en la antigua Ley; la nueva Ley fue representada por el reino del clero secular
que corresponde a la época del Hijo. En la tercera edad habrá una proporción
igual de laicos y clérigos, especialmente consagrados al Espíritu Santo. El
antiguo sacerdote será reemplazado por uno nuevo. Solo se podrá ser sacerdote y
tener derecho a enseñar a condición de caminar con los pies desnudos. En seis
años los sacramentos de la nueva ley serán abolidos. Jesucristo y sus apóstoles
no tuvieron la vida contemplativa total y perfecta. Hasta los tiempos de
Joachim la vida activa ha santificado, a partir de ese momento se vuelve
inútil. Lo necesario y que prueba la piedad perfecta es la vida contemplativa.
Así, la orden del clero secular no puede dudar; es preciso que sea reemplazada
por una orden de oficiantes más perfecta, la orden de los religiosos regulares,
tal como lo anuncia el Salmista cuando dice: “Unas cuerdas excelentes me han
caído en suerte". Esta orden aparecerá en toda su fuerza cuando la del
clero toque a su fin. Será la orden de los pequeños (de los Hermanos Menores)”[1].
Es evidente que, tanto para Joaquín como para sus contemporáneos, ellos estaban a las puertas del ciclo del Espíritu Santo, miraban con optimismo el futuro de felicidad y paz que prometían las profecías de este misterioso abad. Sin embargo, el ciclo del Espíritu Santo no llegó en 1260 y tampoco en el siglo siguiente; por el contrario, a partir del siglo XIV, se hacen evidentes los síntomas de desintegración que sufre el ciclo del Hijo: la decadencia de la Escolástica, el ascenso del nominalismo ligado a su tendencia racionalista. Se vislumbra la ruptura entre fe y razón y la separación de razón y experiencia, todo esto, apenas premonitorio del gran “giro copernicano” que vendría con la Modernidad.
“…Si
se dice que el mundo moderno sufre una crisis, lo que se entiende por eso más
habitualmente, es que ha llegado a un punto crítico, o, en otros términos, que
una transformación más o menos profunda es inminente, que un cambio de
orientación deberá producirse inevitablemente en breve plazo, de grado o por la
fuerza, de una manera más o menos brusca, con o sin catástrofe. Esta acepción
es perfectamente legítima y corresponde a una parte de lo que pensamos nosotros
mismos, pero a una parte solo, ya que, para nosotros, y colocándonos en un
punto de vista más general, es toda la época moderna, en su conjunto, la que
representa para el mundo un periodo de crisis; parece por lo demás que nos
acercamos al desenlace, y es lo que hace más posible hoy que nunca el carácter
anormal de este estado de cosas que dura desde hace ya algunos siglos, pero
cuyas consecuencias no habían sido aún tan visibles como lo son ahora. Es
también por eso por lo que los acontecimientos se desarrollan con esa velocidad
acelerada a la cual hacíamos alusión primero; sin duda, eso puede continuar así
algún tiempo todavía, pero no indefinidamente; e incluso, sin poder asignar un
límite preciso, se tiene la impresión de que eso ya no puede durar mucho
tiempo”[2].
Las palabras
del Apóstol cobran hoy especial actualidad y siguen siendo un llamado de
atención vehemente con respecto a la importancia de las profecías y el
discernimiento con el que a ellas debemos aproximarnos:
no
despreciéis las profecías;
examinadlo
todo y quedaos con lo bueno.
I
Tesalonicenses 5,19-21
- El Ciclo del
Padre
Mateo
24,39
- El Ciclo del
Hijo
En el
mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.
Vino a
su casa, y los suyos no la recibieron.
Juan 1,
9-11
Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. Juan 1,6-7
Así presenta el evangelio al profeta, el Precursor, la voz que clama en el desierto. El Precursor vino a los hombres para preparar el camino del Hijo que nos llevaría al Espíritu Santo, debía difundir la noción de la proximidad del Reino de los Cielos, noción nueva para la masa del pueblo, pero la historia de san Juan Bautista es ya premonitoria de la historia de Cristo. Encontrándose la humanidad atravesando por el umbral que conducía del ciclo del Padre al Ciclo del Hijo, fue enviado Juan para proclamarle, para que los hombres estuvieron listos para el advenimiento de Cristo, pero las fuerzas oscuras actuaron para hacer tropezar su misión, la ambición de una Herodías, la fascinación por Salomé y la concupiscencia de Herodes conspiraron en contra del Precursor. En la imagen de Herodes, Herodías y Salomé se pueden ver los arquetipos de la humanidad en aquel entonces.
“Insistimos sobre
el hecho de que la misión del Salvador no podía producir todos sus efectos, más
que si el pueblo elegido daba su adición total a su predicación y ponían en
obra los principios. Aquí tocamos el sentido profundo del destino del hombre.
Este debe devenir hombre perfecto con la Consumación, como Adán era perfecto
antes de la Caída. Pero de otra manera: Adán se encontraba frente al plan
divino en un estado de comunión pasiva. Habiendo gustado el hombre del fruto
del conocimiento, no puede fusionarse con Dios, más que por una elección, por
una adhesión Consciente a la Voluntad divina o por un acto de Amor. Este acto
era esperado del pueblo elegido con presencia del Misterio de la Encarnación y
debía conducir a la humanidad hacia el Camino de la participación en la obra.
El verdadero destino del hombre se funda sobre esta exigencia del pasaje de lo
pasivo a lo activo”[3]
Vosotros
adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos.
Juan
4,21-22
“Es desde el punto
de vista de los intereses puramente humanos de la nación Judía y no desde el
punto de vista de los deberes del pueblo elegido que los dirigentes tendían a
apreciar la actividad de Jesús. Ciertamente, hubiese sido posible que Él fuese
uno de los profetas que contribuyen a la irradiación de la comunidad. Era
verdad que los elementos más espiritualizados se adherían más y más a su
doctrina. Pero esta traía escisiones que debían provocar sobre el plano
político el debilitamiento del Estado de Judea. Considerando la situación, el
Sanedrín se resolvió, pareciera, a utilizar a Jesús como jefe de la resistencia
frente a los Romanos, yendo hasta incitar al pueblo a hacerlo Rey. Pero ese
plan fracasa. Lógicamente era necesario entonces suprimir a Jesús. Porque, su
Reino "no era de este mundo". Él solo podía ser un obstáculo a la
unidad de la nación y a la prosecución de la meta sagrada de la política del
Sanedrín - la abolición del yugo romano.”[4]
Si le
dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán
nuestro Lugar Santo y nuestra nación»
Juan
11,47-48
Esto no
lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año,
profetizó que Jesús iba a morir por la nación - y no sólo por la nación, sino
también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.
Desde
este día, decidieron darle muerte.
Juan
11,49-53
Pero la “ralentización” sufrida por la dimisión del pueblo elegido tuvo sus consecuencias: La duración del ciclo del Hijo, destinado a terminar mil años después de Cristo, según las profecías joaquinistas, se alargó un milenio más; el ciclo del Hijo, al igual que el del Padre, se ha batido entre el bien y el mal, surgieron guerras en nombre del Amor, se condenó y asesinó en nombre de Dios y de su evangelio, el Amor cayo en la convención social y para la época moderna el Amor es meramente concebido carnalmente. Así quedó sellado el ciclo del Hijo ante el cual nosotros nos despedimos y lo hacemos como Dios nos lo ha mandado por boca del apóstol: en fe, esperanza y caridad.
- El Ciclo del
Espíritu Santo y el Hombre Nuevo.
Apocalipsis 10,7
Sin duda, uno de los síntomas de la transición entre la Edad Media y la Edad Moderna fue el cambio de élite. La Edad Media estuvo gobernada por una élite dividida: una parte era la nobleza guerrera y, la otra, era la élite sacerdotal. Los guerreros y los clérigos fueron los encargados de conducir al hombre en aquel entonces. Con el crecimiento de la ciudades, que dio nacimiento a la burguesía y con el cambio de paradigma en el pensamiento, se gestó una nueva élite: la del intelectual y la del comerciante, su evolución condujo hacia las élites de nuestros tiempos: la de los tecnócratas y los burócratas. Así como estos últimos desplazaron a los guerreros y a los sacerdotes, un nuevo tipo de hombre debe ser formado; este será el paradigma para la nueva élite y esta nueva élite tendrá que conducir a la humanidad a costa de esfuerzos espirituales que deben llevar al hombre a que se conozca por entero a sí mismo, a que renuncie a la mentira, debe llevar al discernimiento de lo verdadero y de lo falso. El hombre que vivirá en el ciclo del Espíritu Santo debe ser un hombre perfecto, en su corazón, solo podrán existir deseos de amor puro. Este hombre podrá escuchar a Dios en su corazón y por tal motivo nada del hombre viejo podrá habitar en él.
Pero no
es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar
de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros,
en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo
la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y
a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de
la verdad.
Efesios
4,17-24
Porque
ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una
tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y
que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio,
y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados
para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los
impíos.
II Pedro
3,5-7
No os acomodéis al mundo presente, antes bien
transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
Romanos 12,2
Boris Mouravieff, Gnosis Tomo II
V. Ostende nobis, Domine, misericordiam tuam.
R. Et salutáre tuum da nobis.
[1] Citado por Sedir, Paul. Historia y Doctrina
de la Rosa - Cruz. Barcelona, Editorial Humanitas, Primera edición, 1989.
[2] Guenon, Rene. La crisis del mundo moderno. Editorial digital Titivillus.
[3] Mouravieff, Boris, Gnosis Tomo II Cristianismo Esotérico. Buenos Aires, C.S Ediciones,
1989.
[4] Ibid.
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