Un nuevo Milenarismo y el problema del Hombre Nuevo



 

 Un nuevo Milenarismo y el problema del Hombre Nuevo

 

Por: Víctor Velásquez

 

Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia.

II Pedro 3,13

 Sin duda, el padre de la mayor parte de los movimientos milenaristas que aparecieron durante la Baja Edad Media fue el abad cisterciense Joaquín de Fiore (1145 - 1202). Su sistema, inspirado en las Sagradas Escrituras, dividía la historia de la humanidad en tres grandes ciclos pertenecientes al dominio particular de cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad, así, tenemos un ciclo del Padre, un ciclo del Hijo y un ciclo del Espíritu Santo. Cada uno de estos ciclos tendría sus particularidades: en el ciclo del Padre reinaría el temor y la servidumbre de la ley  mosaica y la retribución inmediata, aquella del “ojo por ojo y diente por diente”; el ciclo del Hijo, que pondría fin al ciclo del Padre, estaría marcado por la fe, la sumisión filial y el amor cortés, también aquella máxima del “ojo por ojo” sería reemplazada por el “dar la otra mejilla”; el último ciclo, el del Espíritu Santo, sería, con creces, muy superior a los dos anteriores, sería diferente como la luz del sol difiere de la luz de las estrellas, estaría marcado por la felicidad, la libertad y el amor único, el conocimiento perfecto de Dios se posaría en el corazón de los hombres y hablaría directamente a ellos, el hombre sería capaz de discernir lo verdadero de lo falso. El ciclo del Espíritu Santo duraría hasta el fin de los tiempos.

 A partir de las diversas interpretaciones que se dieron a las profecías de Joaquín se había establecido, más o menos, el comienzo, duración y fin de los primeros dos ciclos y la inminente llegada del nuevo ciclo.

“El Padre tuvo un reino de cuatro mil años que corresponde al Antiguo Testamento. El Hijo reinó hasta el año 1200. Entonces el Espíritu de vida salió de los dos Testamentos para dejar lugar al Evangelio Eterno. El año 1260 verá comenzar la era del Espíritu Santo. El reino de los laicos corresponde al del Padre, tuvo su lugar en la antigua Ley; la nueva Ley fue representada por el reino del clero secular que corresponde a la época del Hijo. En la tercera edad habrá una proporción igual de laicos y clérigos, especialmente consagrados al Espíritu Santo. El antiguo sacerdote será reemplazado por uno nuevo. Solo se podrá ser sacerdote y tener derecho a enseñar a condición de caminar con los pies desnudos. En seis años los sacramentos de la nueva ley serán abolidos. Jesucristo y sus apóstoles no tuvieron la vida contemplativa total y perfecta. Hasta los tiempos de Joachim la vida activa ha santificado, a partir de ese momento se vuelve inútil. Lo necesario y que prueba la piedad perfecta es la vida contemplativa. Así, la orden del clero secular no puede dudar; es preciso que sea reemplazada por una orden de oficiantes más perfecta, la orden de los religiosos regulares, tal como lo anuncia el Salmista cuando dice: “Unas cuerdas excelentes me han caído en suerte". Esta orden aparecerá en toda su fuerza cuando la del clero toque a su fin. Será la orden de los pequeños (de los Hermanos Menores)”[1].

Es evidente que, tanto para Joaquín como para sus contemporáneos, ellos estaban a las puertas del ciclo del Espíritu Santo, miraban con optimismo el futuro de felicidad y paz que prometían las profecías de este misterioso abad. Sin embargo, el ciclo del Espíritu Santo no llegó en 1260 y tampoco en el siglo siguiente; por el contrario, a partir del siglo XIV, se hacen evidentes los síntomas de desintegración que sufre el ciclo del Hijo: la decadencia de la Escolástica, el ascenso del nominalismo ligado a su tendencia racionalista. Se vislumbra la ruptura entre fe y razón y la separación de razón y experiencia, todo esto, apenas premonitorio del gran “giro copernicano” que vendría con la Modernidad.

 Las profecías joaquinistas, hoy en día, como en su tiempo, siguen suscitando gran interés. En la actualidad, se ha hecho evidente que la humanidad no avanza en una línea recta hacia el progreso, los avances de la ciencia se empiezan a observar con duda y sospecha, ante el miedo y la impotencia que nos producen el avance desmedido de la técnica; la experiencia de dos guerras mundiales como el peligro, siempre latente, de un nuevo conflicto bélico que movilice todo el arsenal nuclear existente; el nihilismo y la desesperación, hoy tan comunes, hacen que muchos se pregunten si acaso no estamos en una crisis. Al respecto, el maestro francés René Guenon nos dice:

“…Si se dice que el mundo moderno sufre una crisis, lo que se entiende por eso más habitualmente, es que ha llegado a un punto crítico, o, en otros términos, que una transformación más o menos profunda es inminente, que un cambio de orientación deberá producirse inevitablemente en breve plazo, de grado o por la fuerza, de una manera más o menos brusca, con o sin catástrofe. Esta acepción es perfectamente legítima y corresponde a una parte de lo que pensamos nosotros mismos, pero a una parte solo, ya que, para nosotros, y colocándonos en un punto de vista más general, es toda la época moderna, en su conjunto, la que representa para el mundo un periodo de crisis; parece por lo demás que nos acercamos al desenlace, y es lo que hace más posible hoy que nunca el carácter anormal de este estado de cosas que dura desde hace ya algunos siglos, pero cuyas consecuencias no habían sido aún tan visibles como lo son ahora. Es también por eso por lo que los acontecimientos se desarrollan con esa velocidad acelerada a la cual hacíamos alusión primero; sin duda, eso puede continuar así algún tiempo todavía, pero no indefinidamente; e incluso, sin poder asignar un límite preciso, se tiene la impresión de que eso ya no puede durar mucho tiempo”[2].

 Así las cosas, explorar las profecías joaquinistas para nosotros cobra una importancia crucial en la crisis actual, tanto por el papel que juega el hombre actualmente como por el papel que jugará en un futuro, según creemos, no muy lejano, lo que nos pone delante el problema del “hombre nuevo”.

Las palabras del Apóstol cobran hoy especial actualidad y siguen siendo un llamado de atención vehemente con respecto a la importancia de las profecías y el discernimiento con el que a ellas debemos aproximarnos:

 No extingáis el Espíritu; 
no despreciéis las profecías;
examinadlo todo y quedaos con lo bueno.
I Tesalonicenses 5,19-21

 

  1. El Ciclo del Padre

 y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre.
Mateo 24,39

 El ciclo del Padre, según los primeros intérpretes joaquinistas, tuvo una duración de 4.000 años. Aquel ciclo, comienza con el diluvio universal, con la separación definitiva entre la humanidad pre-adánica y la humanidad adánica.

 Desde la caída de Adán, el hombre, voluntariamente, se había alejado más y más de Dios. Fue necesario un diluvio para corregir a la primera humanidad caída, pero el hombre no enderezó sus pasos hacia Dios y, por el contrario, se perdió en el reino de la “ilusión”. Los profetas del Señor no fueron escuchados, por el contrario, fueron perseguidos; la casta sacerdotal pervertida y corrupta no fue leal a Moises; los reyes David y Salomón hicieron caso omiso a las advertencias de los profetas y su caída fue proporcional a su sabiduría. El hombre, en aquellos días, aplicaba todos sus esfuerzos para ganarse el pan con el sudor de su rostro (Gn. 3,19) y dominaba la ley del más fuerte. En tal estado de cosas, se fue fraguando la llegada del Hijo.

 

  1. El Ciclo del Hijo

 La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Juan 1, 9-11

 Las profecías joaquinistas nos hablan de que el ciclo del Hijo terminaría en el siglo XIII y la era de “perfecta paz e inefable alegría” colmaría toda la faz de la tierra, pero esto no sucedió; el ciclo del Hijo se extendió por mil años más y, la humanidad, parece, dio la espalda a la revelación. 

Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. Juan 1,6-7

Así presenta el evangelio al profeta, el Precursor, la voz que clama en el desierto. El Precursor vino a los hombres para preparar el camino del Hijo que nos llevaría al Espíritu Santo, debía difundir la noción de la proximidad del Reino de los Cielos, noción nueva para la masa del pueblo, pero la historia de san Juan Bautista es ya premonitoria de la historia de Cristo. Encontrándose la humanidad atravesando por el umbral que conducía del ciclo del Padre al Ciclo del Hijo, fue enviado Juan para proclamarle, para que los hombres estuvieron listos para el advenimiento de Cristo, pero las fuerzas oscuras actuaron para hacer tropezar su misión, la ambición de una Herodías, la fascinación por Salomé y la concupiscencia de Herodes conspiraron en contra del Precursor. En la imagen de Herodes, Herodías y Salomé se pueden ver los arquetipos de la humanidad en aquel entonces.

 Truncado el camino del Precursor, la misión del Hijo también estaría truncada, quienes conspiraron contra Él fue el sanedrín, representante del “pueblo elegido” 

“Insistimos sobre el hecho de que la misión del Salvador no podía producir todos sus efectos, más que si el pueblo elegido daba su adición total a su predicación y ponían en obra los principios. Aquí tocamos el sentido profundo del destino del hombre. Este debe devenir hombre perfecto con la Consumación, como Adán era perfecto antes de la Caída. Pero de otra manera: Adán se encontraba frente al plan divino en un estado de comunión pasiva. Habiendo gustado el hombre del fruto del conocimiento, no puede fusionarse con Dios, más que por una elección, por una adhesión Consciente a la Voluntad divina o por un acto de Amor. Este acto era esperado del pueblo elegido con presencia del Misterio de la Encarnación y debía conducir a la humanidad hacia el Camino de la participación en la obra. El verdadero destino del hombre se funda sobre esta exigencia del pasaje de lo pasivo a lo activo”[3]

 Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Juan 4,21-22

 El pueblo elegido debía entonces recibir al Salvador, reconocerlo y aceptarlo como tal, pero otra fue la decisión tomada por este. La nación judía durante mucho tiempo había cosechado un fuerte sentido de pertenencia racial, que los separaba de los paganos y gentiles  y para el advenimiento de Cristo, esperaban un líder que los condujera a la liberación del yugo romano de manera violenta y radical.

“Es desde el punto de vista de los intereses puramente humanos de la nación Judía y no desde el punto de vista de los deberes del pueblo elegido que los dirigentes tendían a apreciar la actividad de Jesús. Ciertamente, hubiese sido posible que Él fuese uno de los profetas que contribuyen a la irradiación de la comunidad. Era verdad que los elementos más espiritualizados se adherían más y más a su doctrina. Pero esta traía escisiones que debían provocar sobre el plano político el debilitamiento del Estado de Judea. Considerando la situación, el Sanedrín se resolvió, pareciera, a utilizar a Jesús como jefe de la resistencia frente a los Romanos, yendo hasta incitar al pueblo a hacerlo Rey. Pero ese plan fracasa. Lógicamente era necesario entonces suprimir a Jesús. Porque, su Reino "no era de este mundo". Él solo podía ser un obstáculo a la unidad de la nación y a la prosecución de la meta sagrada de la política del Sanedrín - la abolición del yugo romano.”[4]

 Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales.
Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación»
Juan 11,47-48

 El rechazo del pueblo elegido a la participación activa en la obra de Cristo supuso una “ralentización” en el paso del umbral del Padre al Hijo y fue necesario un sacrificio para no comprometer la obra  de Cristo en su totalidad.

 Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación».
Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación - y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.
Desde este día, decidieron darle muerte.
Juan 11,49-53

 Jesucristo, ofreciéndose voluntariamente en un acto de Amor, compensaba, Él mismo, las fuerzas y energía que debía aportar el pueblo elegido para conducir a la humanidad por el paso del umbral que llevaba del ciclo del Padre al ciclo del Hijo. Con el sacrificio de Jesucriso la amenaza de una muerte general había sido vencida, con su sacrificio el hombre es salvado en esperanza y daba con su Sangre el comienzo de su propio ciclo.

Pero la “ralentización” sufrida por la dimisión del pueblo elegido tuvo sus consecuencias: La duración del ciclo del Hijo, destinado a terminar mil años después de Cristo, según las profecías joaquinistas, se alargó un milenio más; el ciclo del Hijo, al igual que el del Padre, se ha batido entre el bien y el mal, surgieron guerras en nombre del Amor, se condenó y asesinó en nombre de Dios y de su evangelio, el Amor cayo en la convención social y para la época moderna el Amor es meramente concebido carnalmente. Así quedó sellado el ciclo del Hijo ante el cual nosotros nos despedimos y lo hacemos como Dios nos lo ha mandado por boca del apóstol: en fe, esperanza y caridad.


  1. El Ciclo del Espíritu Santo y el Hombre Nuevo.

 Sino que en los días en que se oiga la voz del séptimo Ángel, cuando se ponga a tocar la trompeta, se habrá consumado el Misterio de Dios, según lo había anunciado como buena nueva a sus siervos los profetas.
Apocalipsis 10,7

 El ciclo del Hijo se extendió por mil años más, pero, este periodo no se puede extender perpetuamente, es necesario dar paso a uno nuevo, el del Espíritu Santo. Con el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, su era quedó marcada bajo las consignas de fe, esperanza y caridad, pero, para el nuevo, ciclo es necesario pasar a la forma activa: la fe ha de convertirse en conocimiento y la esperanza se convertirá en la consumación de los tiempos, entonces sólo reinará la caridad, atributo del Espíritu Santo, y, en aquel momento, habrá comenzando la nueva era, la era del Espíritu Santo, que durará por mil años, será el nuevo milenio y, después de este, la manifestación de la divinidad habrá terminado; la Iglesia de san Pedro y san Pablo se transformará y esta será la Iglesia del discípulo amado; el amor cortés cederá ante el amor el único, amor exclusivo de los seres polares, todo él tendrá a su ella y ambos trabajarán juntos en la viña del Señor; este es el ciclo que profetizó Joaquin de Fiore y que sus discípulos extendieron por toda la Edad Media.

 Pero, el hombre de hoy, como en tiempos de Jesús, se encuentra atravesando el umbral que lleva de un ciclo al otro, pero, este paso no se da de manera automática, es necesario que el hombre, a través de esfuerzos conscientes y, quizá, súper-esfuerzos, se colme de energía suficiente y pueda pasar íntegro al nuevo ciclo, es este el sentido profundo de la crisis del mundo moderno, que es la misma crisis del hombre. En los tiempos de Jesús, quien estaba llamado a colmar el espacio del umbral que separa a los ciclos era el pueblo elegido. Con su rechazo, fue necesario el sacrificio de Cristo para colmar la energía del umbral; pero, a diferencia de los tiempos de Jesús, el umbral que conduce al Espíritu Santo, solo se podrá colmar por los esfuerzos de una nueva élite, por los esfuerzos de la simiente que dará a luz al Hombre Nuevo.

Sin duda, uno de los síntomas de la transición entre la Edad Media y la Edad Moderna fue el cambio de élite. La Edad Media estuvo gobernada por una élite dividida: una parte era la nobleza guerrera y, la otra, era la élite sacerdotal. Los guerreros y los clérigos fueron los encargados de conducir al hombre en aquel entonces. Con el crecimiento de la ciudades, que dio nacimiento a la burguesía y con el cambio de paradigma en el pensamiento, se gestó una nueva élite: la del intelectual y la del comerciante, su evolución condujo hacia las élites de nuestros tiempos: la de los tecnócratas y los burócratas. Así como estos últimos desplazaron a los guerreros y a los sacerdotes, un nuevo tipo de hombre debe ser formado; este será el paradigma para la nueva élite y esta nueva élite tendrá que conducir a la humanidad a costa de esfuerzos espirituales que deben llevar al hombre a que se conozca por entero a sí mismo, a que renuncie a la mentira, debe llevar al discernimiento de lo verdadero y de lo falso. El hombre que vivirá en el ciclo del Espíritu Santo debe ser un hombre perfecto, en su corazón, solo podrán existir deseos de amor puro. Este hombre podrá escuchar a Dios en su corazón y por tal motivo nada del hombre viejo podrá habitar en él.

 Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas.
Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad.
Efesios 4,17-24

 El hombre de hoy tiene ante sí la opción de la formación de la simiente que conduzca hacia una nueva élite, hacia un nuevo tipo de hombre. Pero, como el pueblo elegido, el hombre de hoy puede rechazar su misión, en tal caso no hay que hacerse esperanzas vanas, el tiempo será cumplido como lo advirtió el apóstol san Pedro, con un diluvio de fuego.

Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio, y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos.
II Pedro 3,5-7

 El futuro del hombre está ante sus propias manos. Los acontecimientos actuales no nos permiten ser muy optimistas, quizá nosotros como el monje Joaquín y muchos de sus discípulos, nos quedaremos ante la puerta sin atravesarla. Aún así, trabajaremos con fe y con esperanza a la espera de los nuevos cielos.

 

No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.

Romanos 12,2

 Es urgente que nos apliquemos con todas nuestras fuerzas a conocernos a nosotros mismos si queremos llegar a un maestrazgo de nosotros mismos, suficiente para evitar una catástrofe semejante a aquellas de la cual las Escrituras Santas nos han conservado el discurso. ¡Desgraciado de aquel que lo sepulta con la tierra de su cuerpo! “Porque se lo arrojará a las tinieblas de afuera, allí donde hay llantos y crujir de dientes” (Mateo 25, 30). Y esto no es una metáfora.

Boris Mouravieff, Gnosis Tomo II

 

 

V. Ostende nobis, Domine, misericordiam tuam.

R. Et salutáre tuum da nobis.

 

 



[1] Citado por Sedir, Paul. Historia y Doctrina de la Rosa - Cruz. Barcelona, Editorial Humanitas, Primera edición, 1989.

[2] Guenon, Rene. La crisis del mundo moderno. Editorial digital Titivillus.

[3] Mouravieff, Boris, Gnosis Tomo II Cristianismo Esotérico. Buenos Aires, C.S Ediciones, 1989.

[4] Ibid. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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