LA ÉPOCA Y LA EDAD (LA DIMENSIÓN DEL TIEMPO COMO KATECHON)
Por Massimo Cacciari
Traducción de
Juan Gabriel Caro Rivera
¿Puede el poder imperial reducirse a la dimensión del katechon sin perder
la voluntad que existe en su época? ¿Es posible relativizar e incluir el poder
imperial en el ámbito de obediencia al César (pronto volveremos a analizar la
importancia de este dicho) sin agotar por completo su energía? Y, finalmente,
si respondemos afirmativamente a estas dos preguntas, ¿es acaso posible
establecer un vínculo sustancial entre la dimensión política y la escatológica?
Estas preguntas suponen que tenemos la paciencia de esperar, porque si
supiéramos que el Día del Señor es ahora, no tendría sentido obedecer a ningún
poder mundano. De igual manera, es imposible tolerar a un Dios mortal [1],
ningún poder puede ocultar el hecho de que nos encontramos en el Fin de los tiempos.
En la época en la que vivimos sin duda es necesario el ejercicio del poder
político y también de la autoridad que emana de él como realidad providencial,
pero providencial sólo en la medida en que lo es hasta que llegue su muerte. El
poder debe ser eficaz, no puede reducirse a funciones administrativas o de
vigilancia, "y para ser eficaz no puede sino querer darle forma a una
época". Sin embargo, la época a la que le da forma es también la época de
su propia muerte. Sólo esta autoconciencia permite que el poder asuma un
carácter escatológico. Tratemos de entender cómo podemos abordar por separado estas
líneas de investigación que parecen imposibles de dividir.
La vocación universal del poder imperial, entendido como soberanía
"icónica", exige que el tiempo sea entendido a la luz de los valores,
los contenidos y las formas de vida que perduran. Si la unidad de una
determinada época se llegará a derrumbar, entonces la integridad espacial del
imperio también se rompería. La crisis del tiempo va acompañada de la escisión
y la oposición. Diferentes formas de temporalidad pertenecen a diferentes espacios
y viceversa. Esto ocurrió con la disolución de la Respublica Christiana, lo cual aconteció entre los siglos XII y
XIII cuando se produjo la imposibilidad de reconciliar 'temporalmente' el nacimiento
de las comunas libres y las nuevas formaciones estatales con el viejo orden feudal
que se basaban en el reino intemporal de la idea de Imperio (Sacro Romano Imperium). El Imperio no
fue reconocido en esa "época" por ninguno de los diversos poderes
existentes. Todos ellos únicamente estaban dispuestos a reconocer su débil autoridad
como katechon simplemente en la medida en que era la fuente de la seguridad y el
garante de los pactos que se habían acordado para sustentar su autonomía (una
idea que era totalmente distinta a la que promovía la Cancillería de los Hohenstaufen
en el siglo XII y todos sus pronunciamientos acerca del Sacrum Imperium). La
idea de lo sagrado (del Rey como "Ungido de Dios" y que esta a la par
con el Sacerdote) continuó dominando en esta confrontación, pero solo en la
medida en que retrasaba el colapso del imperio [2]. Los nuevos poderes que
habían surgido nunca hubieran aceptado la idea de que no había salvación (nulla salus) fuera de la unidad Imperial
[3]. Desde este punto de vista, el pensamiento moderno, heredero y cómplice de todos
estos poderes, ha luchado contra la idea misma del Imperio, considerándola
solamente como un sistema abstracto desprovisto esa cualidad de la fuerza que
forma la columna vertebral del Estado. Y han ganado esa batalla hasta ahora [4].
¿No deberían tener una posición muy similar todos esos que entienden el
poder político a la luz de la escatología paulina? Ellos pueden reconocer la
legitimidad de la exigencia histórica del poder político, pero sólo si este se
ve en a la luz de la época. Cada poder mundano, con la ayuda de sus leyes,
quiere y necesita detener de alguna manera el flujo constante del devenir de la
vida. Paradójicamente, esa clase de perseverancia debe reducirse a lo que
sucede en un instante. Y todos los instantes están subsumidos en el Ahora de
estos Últimos Tiempos, el Final de los Tiempos será determinado eternamente por
el Apocalipsis del Logos. La edad es el Eón, la eternidad, la Vida eterna, la
revelación de la eternidad en el tiempo, así como el lugar donde tal revelación
se presenta como necesariamente superior a todos los momentos en los que uno se
esfuerza incansablemente por contener las caóticas energías del devenir. Aquí
se derrumba esta diferencia de principios: mientras la autoridad, que representa
el sentido último de la Edad, se re-presenta a sí mismo (o más bien, es análoga
al sentido que 'se hace presente' dentro de ella) [5] en el culto que regula
todas las cosas y de cuyo monopolio goza, la exousia mundana [6] se propone construir la idea de su época y
representarla. La época es una representación de la exousia y es en cierto sentido su primera y esencial producción, su
Weltanschauung.
Sin embargo, según este método para "medir la Edad", la época no
puede ser otra cosa que una imagen siempre a punto de convertirse en nada más
que un eidolon (ídolo) al que no se
le puede atribuir algo parecido a la autosuficiencia. Nuestro destino, nuestra
determinación, sólo es legible como el signo de los Siglos de carácter profético
y escatológico. En otras palabras, la época no expresa más que una serie de valores,
es decir, de valoraciones, de puntos de vista, de ideologías, mientras que lo
eterno se revela en todas las Edades. Cada época ha sido de alguna manera
"prejuzgada" en la Edad que la abarca y "la supera". Podemos
decir que mediante la analogía deberíamos ser capaces de subsistir frente a la
relación entre estos poderes que encarnan dos conceptos distintos del tiempo.
El poder que le da forma a una época nunca debe pretender representar la Edad
porque de facto no es así, esto queda claro al tomar en cuenta el surgimiento y
la caída de los imperios profetizados por el Libro de Daniel [7], pero también
porque de jure la Edad se revela a sí misma y no puede ser representado por
ningún otro medio que no sea ella misma. Si bien es correcto que el Imperio se
aproxima muchísimo a la verdadera imagen de la Edad, también debe convencerse
de la superioridad de la auctoritas
metapolítica a la hora novissima (ni
anti-política ni apolítica), que funciona una especie de memoria y que es
necesario que se cuide a través de todas las épocas e imperios que siempre
concluirán en medio de una dolorosa odisea.
Entre época y época existen varias conexiones y conflictos, es decir, polemos. Quien representa la época debe
hacerla pasar por la Edad, en lugar de pretender que ellos hacen parte de esa
Edad: esos son los que creen firmemente que son su auténtica manifestación en
la tierra y tienden siempre a negar cualquier verdad frente a los valores de la
época o a someterlos a sus propias reglas con tal de poseer autoridad y darles
ordenes según sus disposiciones. Las formas de compromiso más divergentes al
igual que los conflictos más brutales son posibles gracias a este polemos, mientras que la síntesis solo
puede ser aparente o coincidir con el colapso de todo significado atribuido a
la Edad; cuando la experiencia del tiempo se contrae al nivel de la época y sus
diversas visiones del mundo, entonces toda investigación sobre el eschaton deja de preocuparnos. El fin
del conflicto no sería otra cosa que el declive de quienes en este conflicto se
erigieron como el signo de contradicción y cuya existencia misma reclamaba una
reserva escatológica con respecto a todos los poderes de su época.
Sin embargo, el lazo que une época y Edad parece descartar la supervivencia
de uno solo de los duelistas. Este hecho se refleja en el realismo de la
concepción paulina del poder mundano. Si el imperio no pretende convertirse en
algo más que en parte de la época, entonces también dejará de funcionar
eficazmente como armadura defensora, como defensor de la paz; si el poder
espiritual ahora se cree libre de toda autoridad mundana, entonces comete el
pecado de impacientar a aquellos que afirman la necesidad de adelantar el
Juicio Final. El fin del conflicto mediante el colapso de una de las dos partes
sólo demuestra la impotencia del vencedor, es uno de los temas más profundos y
menos comprendidos de la filosofía de la historia de Hegel. Así que el destino
de Europa hace parte de la decadencia de aquel guardián de su época y que fue
acompañado por la destrucción de una potencia imperial que determinaba la época
en sí (epoche-machende). El colapso
de la idea de la Edad elimina consigo de alguna manera el poder genuinamente
capaz de perdurar. “¿Dónde están los príncipes de las naciones? ... Desaparecieron
y descendieron al sepulcro” (Baruc 3: 16-19).
La Iglesia nunca desafió al Imperio desde la perspectiva de los nuevos
poderes estatales, principalmente porque el amor que los inspiraba y los impulsaba
no se sometía a la Edad. El episkopos
[8] (supervisor) de los que están fuera “tuvo que limitarse al papel de
soberano, pero en el sentido estricto de disciplinar y castigar” y atender las necesita saeculi, las necesidades
mundanas. Paradójicamente, para que el Imperio llegará organizarse de la misma
manera habría requerido intervenir en controversias dogmáticas (como fue el
caso de Constantino) hasta el punto de competir abiertamente con la autoridad
de la Iglesia. Si el Imperio hubiera llegado a definirse como el sol de una época
determinada, entonces no habría tolerado auto-representarse simplemente como un
katechon. Sin embargo, al buscar
tener una esencia "sagrada", consiguió mantener un vínculo
inquebrantable de amistad/enemistad con la Iglesia. La catástrofe lo golpeó con
la aparición de un poder que no solo se definía a sí mismo como un principio
autónomo de todo poder espiritual, sino también como uno que ni siquiera podía
tolerar nada por encima de sí mismo: más aún, se trata de un poder que es
incapaz de comprender o corresponder a ninguna demanda espiritual.
Paradójicamente, la Iglesia siempre buscó el poder de un katechon que estuviera investido de una autoridad espiritual parecida
a una madera de acero o a un centauro heroico [9]. Con el colapso de esta idea
no queda nada más que la forma mortal y desacralizada del Estado. La época del
imperio se convierte en una techne
politike (técnica política) de resistencia que destierra la cuestión
escatológica en el vacío infinito del devenir. Un Estado sólo puede fingir que
determina su época del mismo modo en que el Reich nacional-socialista solo
podía fingir ser un imperio. Pero el imperio sólo puede concebirse en su
diferencia (opuesta a la in-diferencia) con respecto al orden escatológico para
el cual la autoridad espiritual siempre será un recuerdo vivo. De lo contrario,
se convierte en meramente una predica cuando el se enfrenta al poder de un katechon
indiferente que ya no es parte de un Imperio y que luchan entre sí con tal de
buscar de forma cada vez más desesperada el signo mismo de su Edad y determinar
su época particular.
Notas:
[1] El debate apenas velado con el que empieza el Leviatán de Hobbes se
prosigue a través de estos primeros capítulos; Cacciari tiene en mente el
frontispicio del Leviatán con su cuerpo político soberano formado por los
cuerpos de los ciudadanos individuales.
[2] Véase Herfried Münkler (2007).
[3] Cacciari aplica aquí la máxima extra
ecclesiam nulla salus - no hay salvación fuera de la iglesia - a las
pretensiones del imperio de ser el único poder capaz de proporcionar una
verdadera seguridad, una pretensión impugnada por los nuevos poderes emergentes
(nota del traductor).
[4] Sobre la crítica del pensamiento liberal a la idea del imperio (siguiendo
el desarrollo de la filosofía política hegeliana desde la Constitución alemana del joven Hegel hasta sus Discursos sobre la filosofía de la historia) véase P. Catalano
(1986 y 2000).
[5] Sobre el problema teológico y político de la representación, ver Hasso
Hofmann (2007); Giuseppe Duso (2003) sigue a Hofmann.
[6] exousia: poder o autoridad delegado;
regla. En la teología paulina (especialmente en 1 Corintios), exousia viene a significar poder para
decidir (por uno mismo) y, por lo tanto, libre albedrío, libertad para o
libertad de (nota del traductor).
[7] Sobre el significado de la sucesión de imperios en la profecía de
Daniel, ver A. Momigliano (1987); en el mismo volumen, ver también II cristianesimo e il declino del impero.
Este último ha hecho una inmensa contribución al presente trabajo.
[8] episkopos, sttigkottoc; literalmente significa supervisor ", el
que está encargado de la tarea de" vigilar el rebaño de Cristo ". En
el NT también designa una posición de liderazgo dentro de la Iglesia (nota del
traductor).
[9] "un legno d’acciaio", lit. "Madera de acero", se
refiere a la síntesis imposible entre la escatología y la praxis política de la
Iglesia; no se pueden reconciliar ni separar. Maquiavelo lo llama el "Centauro
heroico" y quizás se refiere a la misma síntesis imposible vista desde el
punto de vista del Imperio o del Príncipe (nota del traductor).
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