Los Estados Unidos como principio de la revolución mundial
![]() |
Embajada norteamericana - Estados
Unidos y la “ideología americana” en una sola imagen.
|
Juan Gabriel Caro Rivera
Muchos autores modernos, con gran
intuición, han visto los paralelismos asombrosos que unen tanto a Estados
Unidos como a la URSS en un mismo movimiento, grandioso y con una lógica
innegable, que conduce hacia el mismo fin revolucionario. Goethe fue el primero
que dijo que Estados Unidos era el sueño del socialismo. Posteriormente
Tocqueville se dio cuenta que el igualitarismo revolucionario subyacía en el
fondo tanto del liberalismo individualista de los norteamericanos como en el
servilismo de los rusos. En una famosa página del primer tomo de su memorable
obra, De la democracia en América, el escritor liberal francés se
explaya en explicar la relación profunda que parece reunir a estos dos pueblos
en un mismo principio:
“Existen hoy sobre la tierra dos
grandes pueblos, que partiendo de diferentes puntos parecen caminar al mismo
fín; y son los rusos y los anglo-americanos… El americano lucha contra los
obstáculos que le opone la naturaleza; la Rusia con los que le oponen los
hombres. El uno combate el desierto y la barbarie; la otra la civilización
armada con todas sus armas; así las conquistas del americano se hacen con la
reja del arado del labrador; las de la Rusia con la espada del soldado. Para
conseguir su objeto, el primero confía en el interés personal, y deja obrar,
sin dirigirlos, la fuerza y la razón de los individuos. La segunda concentra en
cierto modo, en un hombre, todo el poder de la sociedad. El uno tiene por medio
principal de acción la libertad; la otra, la servidumbre. Su punto de partida
es diferente, sus vías diversas; no obstante, cada uno de ellos parece llamado
por un designio secreto de la Providencia a tener un día en sus manos los
destinos de la mitad del mundo” (1).
Otro contemporáneo de
Tocqueville, Donoso Cortes, en su “Discurso sobre la situación general de
Europa”, advertía igualmente del carácter revolucionario de la Rusia de los
Zares y su futuro como castigo de Europa (2). Sin embargo, tanto Alexis de
Tocqueville como Donoso Cortes advertían del futuro revolucionario de Europa y
su proceso de nivelación general a través de un igualitarismo democrático que
provendría desde sus dos extremos geográficos: desde el Atlántico y las estepas
de Eurasia vendría una revolución que liquidaría para siempre a las estructuras
heredadas del pasado feudal, acabando para siempre con todos los elementos
anacrónicos existentes en su seno.
El maestro italiano Julius Evola,
en un artículo publicado poco después de la Segunda Guerra Mundial, señaló las
terribles contradicciones que sufría Europa a comienzos de la confrontación
planetaria bipolar: la creación de democracias en serie que pulverizaron para
siempre el Ancient Régime. Pero detrás de la erección de sistemas democráticos
sobre las cenizas de la aristocracia y la monarquía, subyacía un terrible
espíritu de muerte y destrucción de la civilización Occidental. Estas
teorías democráticas, para ser trasplantadas en el suelo europeo, requerían una
remodelación completa de las mentalidades, relaciones sociales y costumbres que
habían dado forma a la Europa actual. Señalando el devastador efecto de estas
teorías sobre la existencia europea, Evola escribía: “La esencia de esas
teorías es esta: todos pueden convertirse en lo que quieran, dentro de los
límites que marquen los medios tecnológicos disponibles. Igualmente, una
persona no es lo que dicta su verdadera naturaleza, por lo que no hay
diferencias reales entre las personas, solo diferencias en cualificaciones.
Según esta teoría todos pueden ser como otra persona si saben cómo entrenarse a
sí mismos” (3). Este principio de perfeccionamiento continuo, como Evola
señaló con brillantez, escondía un proceso “desintegración y de regresión
cultural y humana”, porque “lo que en Europa existe en forma diluida es
magnificado y concentrado en Estados Unidos”.
Este juicio de Evola sobre la
civilización norteamericana no estaba aislado. Muchos filósofos e intelectuales
europeos compartían la misma preocupación del Barón Negro sobre el futuro
europeo. Autores como René Guenón o Salvador Borrego afirmaron que los mismos
principios técnicos e ideológicos eran compartidos por las dos grandes
potencias semitas (liberal y comunista, Occidental y Oriental). Mientras los
conservadores y liberales veían con preocupación la expansión del comunismo en
Europa y Asia, usándolo como espantapájaros para asustar a las masas, los antiguos
seguidores del fascismo y el nazismo advertían con miedo la colonización
ideológica y de las costumbres por parte de un modo de vida para el que los
pueblos europeos, que habían quedado desmoralizados por las anteriores guerras
mundiales, no se encontraban en la capacidad de resistir. “Desde el punto de
vista metafísico”, escribía Martin Heidegger en 1953, “Rusia y América son lo
mismo; en ambas encontramos la desolada furia de la desenfrenada técnica y de
la excesiva organización del hombre normal” (4). Desde el otro espectro
ideológico, el hegeliano Alexander Kojève, quien en su juventud fue
simpatizante del estalinismo y la Unión Soviética, señalaba los increíbles
paralelos entre los modelos sociales del capitalismo y el comunismo. Después de
haber visitado personalmente ambos países (en 1948 y 1958) escribió: “si los
Estados Unidos y la URSS me dan la impresión de que los americanos son
chino-soviéticos ricos, es porque los rusos y los chinos son solo americanos
que aún son pobres pero que se están haciendo ricos rápidamente. Llegué a la
conclusión de que el ´American Way of Life´ era el tipo vida específico del
periodo posthistórico, el presente actual de los Estados Unidos en el Mundo
prefigura el ´eterno presente´ futuro de toda la humanidad. Por lo tanto, el
retorno del Hombre a la animalidad ya no aparece como una posibilidad que está
por venir, sino como una certeza que ya se realizó” (5).
Ahora bien, Julius Evola notó que
al interior del fascismo convivían dos espíritus contrapuestos: el burgués y el
legionario (6). Mientras que Evola vio en el espíritu legionario del fascismo
de Mussolini un principio de apoyo para conseguir una restauración heroica de
la Tradición Romana, veía con preocupación que la tendencia burguesa en este
movimiento, que marcó de forma innegable la Republica de Salo, y donde
convivían los elementos más igualitarios y democráticos de la doctrina
fascista, parecían sobreponerse a los esfuerzos restaurativos que tanto
ambicionaba. No debe resultarnos extraño, por lo tanto, que como muestra Jonah
Goldberg en su interesante libro Liberal Fascism, esta corriente
burguesa del fascismo italiano, deslumbrara de forma innegable, a muchos
intelectuales británicos y norteamericanos quienes veían en Mussolini a un
auténtico progresista que ponía en práctica sus ideas sobre una economía
planificada de mercado, dirigida por un Estado orgánico y bajo un sistema
militarista completo. Muchos liberales contemporáneos señalaron los paralelos
económicos entre las economías fascistas italianas y el New Deal del presidente
Franklin Delano Roosevelt. Parafraseando a Kojève, podríamos decir
que el fascismo burgués, cosmopolita y financiero, ya se había realizado no en
la Italia de Mussolini, sino en los Estados Unidos de América, este fascismo pardo
y desteñido que se convertiría en la base de todo el sistema mundial actual.
El socialismo norteamericano, es
decir el progresismo, tiene su origen en el modernismo protestante, aquel que
inspiraba el congregacionalismo calvinista de los intelectuales liberales de
la Progressive Era de finales del siglo XIX y principios del
siglo XX. Este dispensionalismo, al cual se adhería totalmente el presidente
Woodrow Wilson, celebraba que la misión de los Estados Unidos era ser la
"nación indispensable", cuyo destino era esparcir la democracia por
el mundo. Es muy sabido, entre los liberales y paleoconservadores
norteamericanos, que el Estado profundo norteamericano adquirió su forma
definitiva durante estos años, cuando la economía planificada, el departamento
de propaganda, las campañas eugenésicas y el intervencionismo político
internacional se convirtieron en sus características fijas. “El Estado
democrático”, escribía Woodrow Wilson en un ensayo de juventud, “aún no está
preparado para llevar estas enormes cargas de administración que los líderes de
esta era industrial y comercial están acumulando tan rápidamente”
(7). Para Wilson, este problema solo podría ser solucionado a través de
una elite tecnocrática que resolviera los problemas fundamentales de una sociedad
cada vez más compleja. Durante su gobierno, Wilson realizo múltiples reformas:
“gravar con impuestos la riqueza; control federal de las prácticas bancarias;
limitando las horas de trabajo de los empleados del sector ferrocarril; y
otorgar a un creciente cuerpo de funcionarios públicos tanto la tenencia como
los salarios más altos garantizados” (8). Siendo una de sus principales
reformas la creación del Sistema de la Reserva Federal (FED), que finalmente se
convertiría en el mecanismo de control bancario central. Todas estas reformas,
que fueron profundamente revolucionarias en su momento, marcarían de forma
innegable el futuro de Estados Unidos. En cuanto a la política internacional,
es bien sabido que Wilson fue uno de los formuladores de la tesis de la
soberanía nacional y la autonomía de los pueblos. De allí que en sus “Catorce
puntos” abogara por la desarticulación de los grandes imperios europeos, la
creación de una Sociedad de Naciones, la apertura comercial y el fin de la
diplomacia secreta. Muchos críticos han señalado que la gran disyuntiva
ideológica creada por la Primera Guerra Mundial fue la que surgió entre los
seguidores de Woodrow Wilson y Vladimir Lenin (9). Mientras que la política
internacional de Lenin terminó desmoronándose, la herencia política de Wilson
continúa funcionando hasta hoy. El principio revolucionario implementado por la
cruzada democrática del idealismo internacional continúa siendo invocado por
los presidentes estadounidenses hasta hoy, siendo el ultimo de ellos el multilateralismo
de Obama.
El presidente Franklin Delano
Roosevelt, quien fue el secretario de Woodrow Wilson, heredó el peso total de
la política pro-socialista y democrática de su antecesor. No por nada, fueron
estos candidatos norteamericanos demócratas, que creían firmemente en el papel
fundamental del Estado para dirigir la economía, la cultura y la sociedad,
calcando el modelo administrativo de Bismarck (muchos de ellos se formaron como
profesionales en la Alemania guillermina), pensaban en una política
tecnocrática que creará un sindicalismo desde arriba, impulsado por el Estado,
a favor del reformismo social y una especie de social-liberalismo, que gozó con
la simpatía de políticos, intelectuales y millonarios. Roosevelt, simpatizante
de Mussolini y la URSS, basó su programa del New Deal en las
ideas del intervencionismo estatal alemán e italiano. Siguiendo los pasos
de Wilson en la creación de agencias supraestatales de control como la FED,
fundó la ONU, la CIA y el Pentágono, que tenían como misión asegurar los bases
militares y políticas de la construcción de un Nuevo Orden Mundial junto con la
Rusia de Stalin. Este Estado profundo, impregnado de liberalismo sociata, se
convertiría en la punta de lanza de los hermanos Dulles y los herederos de la administración Roosevelt
para cambiar por completo la faz del mundo. Otra de las cosas que menos se dice
hoy día es que los Estados Unidos tiene un liberalismo muy de izquierda,
simpatizante del comunismo y el bolchevismo, hasta el punto de que grandes
magnates de Wall Street han financiado revoluciones socialistas en todo el
mundo: la revolución mexicana, la revolución rusa y la revolución China. La
administración de Roosevelt, durante la Segunda Guerra Mundial estuvo llena de
comunistas y agentes soviéticos (10), ni hablar de la administración Kennedy
que firmó los pactos con la Cuba y Rusia soviéticas para jamás invadir esa
isla, dejando un centro de subversión armado directamente frente a
Latinoamérica para que todos sus gobiernos corrieran en busca de refugio bajo
la Gran Estrella del Norte. El extinto David Rockefeller decía admirar la
Revolución Cultural China a la que, independientemente de sus métodos, le
pronosticaba un gran futuro: “El experimento social en China, bajo el
liderazgo de Mao, es uno de los más importantes exitosos en la historia”
(11). Y, en tiempos más recientes, hasta el mismo presidente de la bolsa
de Nueva York ha ido a hablar con los cabecillas de las FARC en Colombia,
invitándolos a que “recorran conmigo los pisos de la Bolsa de Valores de Nueva
York para celebrar la paz en Colombia y la prosperidad para todos sus
ciudadanos” (12).
Cuando Thomas Molnar se
preguntaba qué diferenciaba al imperialismo norteamericano de los imperialismos
europeos o antiguos, llegaba a la conclusión de que el “Imperio” estadounidense
“corre el riesgo de convertirse únicamente en el marco de transacciones
comerciales y la nación en su base industrial”. Para Molnar, esto significaba
que el mismo sistema intelectual norteamericano recurriría “a los adversarios
de la nación para ayudarlo a suprimir la nación y transformarla en una base de
una república universal” (13). Molnar señalaba también que este principio
ideológico convergía igualmente con los principios soviéticos de ir agregando a
su estructura económica y política repúblicas hermanas que habrían adoptado el
socialismo. De todos modos, a pesar de que el sistema internacional de Lenin
conoció popularidad entre los revolucionarios del mundo, habría sido su rival,
Wilson, el que habría triunfado. Quizás la mayor diferencia entre ambos
sistemas se encontraba en que mientras que el comunismo se imponía por medio
del terror, el americanismo era más bien una ideología que impregnaba las
costumbres y la moral de los pueblos. Evola señalaba esta característica
diferencial entre ambos, ya que mientras uno se podía combatir abiertamente, el
otro no: “Hace algún tiempo escribí que de los dos grandes peligros que
confronta Europa – el americanismo y el comunismo — el primero era el más
negativo. El comunismo solo es un peligro por las consecuencias represivas que
acompañarían a la imposición de la dictadura del proletariado. Mientras que la
americanización se impone por medio de un proceso de infiltración gradual, que
modifica las mentalidades y costumbres, y que parece inofensivo, pero realiza
una perversión y degradación contra la cual es imposible de luchar
directamente” (14). Este Nuevo Orden Mundial norteamericano tenía
como meta ir desmontando los Estados nacionales y conseguir que estos cedieran
el control de la economía, la política y la sociedad civil a entidades
supranacionales que controlen todos los aspectos: ONGS, empresas, ONU, bolsas
financieras, etc. Los territorios nacionales serian desarticulados, suplantados
por un capitalismo globalizado que crearía un archipiélago geográfico,
compuesto de nudos conectados por rutas comerciales marítimas en las cuales
circularán libremente las mercancías, los capitales y los individuos,
produciendo enclaves altamente tecnológicos y financieros por todo el mundo, mientras
grandes zonas del mundo son abandonadas a la desindustrialización y al caos
programado, convirtiendo zonas enteras en lugares sin ley controladas por el
crimen organizado, el terrorismo, conflictos étnicos y sangrientas luchas
sociales para acabar con toda resistencia geopolítica o rivalidad ideológica y
para el exterminio de toda la población flotante sin importancia (Fukuyama, uno
de los grandes magos del neoliberalismo actual, afirma que el mundo funcionaría
perfectamente con mil millones de personas). Este nuevo mundo desplegaría su
poder por medio de un control tecnotrónico de la mente, la cibernética y los
dispositivos de información que se fundirán con la inteligencia artificial
y crearán razas post-humanas adaptadas a este nuevo orden: mutantes, cyborgs y
abortos tecnológicos del futuro que suplantarán nuestra raza en la
tierra.
La dinámica mundial, sostenida
tanto por Wilson como por Roosevelt, parece justificar el fin de los Estados
nacionales que ya no son homogéneos ni étnica ni lingüísticamente, se han
vuelto multiculturales y han perdido su identidad. Los Estado nacionales, a
pesar de ser estructuras modernas, no son completamente modernos. Son más bien
una entidad a medio camino entre los antiguos imperios o reinos y la Cosmópolis
universal de las ideologías liberales o comunistas. En el Estado nacional
siguen existiendo ciertos elementos paganos y no liberales que, cada cierto
tiempo, han causado rebeliones importantes a nivel mundial y han puesto en
peligro el orden internacional bajo las consignas de la Sangre y el Suelo o
los arquetipos premodernos espirituales que han mezclado la religión con el
nacionalismo. Debido a eso, las burocracias nacionales, que han intentado
insubordinarse en el orden internacional, han sido aplastadas por medio de
guerras y bloqueos económicos, intentando someterlas a las fuerzas financieras.
A pesar de que hoy se nota una recuperación de una cierta soberanía nacional
por parte del liberalismo económico y el intervencionismo estatal, pareciera
que el mismo Estado que se fusiona con la empresa privada se está deshaciendo
en múltiples fracciones cada vez menos integradas a la nación y en vez de eso
convertidas en segmentos de un internacionalismo claro. El Estado nacional fue
usado para destruir los imperios, y ahora el nacionalismo le está dando paso al
internacionalismo, de otro modo no se entiende el ansia de querer liquidar los
grandes Estados imperiales modernos como la URSS y los EEUU que están
auto-demoliéndose a sí mismos.
Sin embargo, los problemas jurídicos
y políticos, desatados por el idealismo wilsoniano o la política internacional
proletaria de Lenin, han continuado causando destrozos por todas partes. El
problema de reconocer la integridad territorial de un Estado, reconocido por el
derecho internacional, choca de frente con el principio de autonomía y libertad
de las naciones: esta contradicción ha sido señalada muchas veces y sigue
operando en la práctica. De cualquier modo, se ha producido una descomposición
constante de los Estados nacionales a lo largo del siglo XX. Cuando acabó la
Segunda Guerra Mundial, había 60 Estados reconocidos internacionalmente, hoy
existen 193 Estados reconocidos y una serie de pequeños Estados segregados que
no son reconocidos (Taiwán, Abjasia, Ucrania del Este, Kurdistán, etc.). Y esta
creación de Estados artificiales va dirigida a provocar más caos y
fragmentación, creando fronteras porosas, violentas y mal definidas, caso del
Estado de Israel, que parece tener como propósito el desestabilizar todo a su
alrededor. Esta balcanización programada ha causado que muchos de estos Estados
se hayan convertido en presa de las multinacionales que, no habiendo Estados
fuertes con quienes negociar, saquean los recursos naturales de las naciones o
negocian con facciones pequeñas de los antiguos Estados nacionales tratados
comerciales importantes. A todo esto, la reestructuración de las naciones, de
las razas y los imperios parece darle alas a la destrucción de Estados
demasiado poderosos que, debilitados por la corrupción, el crimen organizado y
el terrorismo, parecen dirigidas a evitar la consolidación de cualquier
alternativa no moderna que pueda poner en peligro este NOM.
De aquí, quizás, la defensa casi
unánime, de la doctrina del sistema de Estados nacionales que, promocionada
tanto por la Unión Soviética como los Estados Unidos, continuaron fragmentando
cada vez más los antiguos imperios premodernos. Este proceso es visible en
muchas supuestas entidades estatales que existen en el papel y en el plano
internacional, pero que en la práctica no controlan para nada el territorio que
les pertenece: casos importantes son los de Colombia, Afganistán, México,
Siria, Libia e Irak. Muchos de estos países poseen territorios de frontera
dominados por redes de narcotráfico, grupos terroristas o facciones que han
establecido su dominio de facto en grandes zonas territoriales y poblacionales.
A esto se suma los movimientos separatistas y nacionalistas regionales que
reclaman su independencia de los viejos Estados nacionales a los que consideran
centralistas y falsos. En Europa y América siguen moviendo una parte de la
opinión pública para desarticular las naciones. También es un hecho que las
guerras de hoy no están diseñadas para conquistar los Estados sino para
destruirlos, eso se nota muy bien en las invasiones liberales y democráticas
que han sumido al Norte de África y al Medio Oriente en un caos sin salida. Sin
hablar de la constante amenaza de guerras regionales a gran escala y un proceso
de liquidación de los viejos órdenes municipales adaptados al globalismo.
Mientras que el modernismo
teológico norteamericano desembocó en el liberalismo sociata, el
fundamentalismo protestante y nativista terminó creando una red de milicias
anti-estatales, profundamente religiosas y enemigas del gobierno central, las
cuales terminaron dando su último golpe con la subida populista de Trump. Hoy
día, esta disputa al interior de los Estados Unidos está en boga y quizás
desemboque en una nueva guerra civil. No debe sorprendernos, por lo tanto, que
sean estas mismas agencias de inteligencia y defensa las mayores patrocinadoras
del gobierno liberal norteamericano, siendo precisamente la vanguardia en
contra de los nacionalistas blancos seguidores de Trump, a los cuales siempre
han considerado sus enemigos. Los paleoconservadores norteamericanos y los
nacionalistas, en múltiples ocasiones, han denunciado la terrible herencia
totalitaria y socialista de estas instituciones que han creado una verdadera
red de vigilancia, control y destrucción tanto dentro como fuera de los Estados
Unidos.
Notas:
1. Alexis
de Tocqueville, La democracia en América, Madrid, Imprenta de José
Trujillo, 1854, pág. 314-315.
2. Donoso
Cortes, Obras completas, Tomo III, Madrid, Imprenta de Tejada,
1854, pág. 319-320.
3. Julius
Evola, “La civilización Americana”, en https://adversariometapolitico.wordpress.com/2015/04/12/la-civilizacion-americana-julius-evola/
4. Martin
Heidegger, Introducción a la metafísica, Editorial Gedisa,
Barcelona, 1999, pág. 42.
5.
Alexander Kojove, Introduction to the Reading of Hegel, Cornel University
Press, 1969, pág. 161.
6. Marcos
Ghio, “Evola y el postfascismo”, en https://juliusevola.blogia.com/2006/092209-evola-y-el-postfascismo.-marcos-ghio..php
7.
Woodrow Wilson, “The study of administration”, Political Science Quarterly,
Vol. 2, No. 2 (Jun., 1887), pág. 218.
8. Paul
Gottfried, “Wilsonianism: The Legacy That Won't Die”, Journal of libertarian
studies, Vol. IX, No. 2, (Fall 1990), pág. 118
9. Irving
Kristol, “La política exterior en la era de las ideologías”, en https://www.politicaexterior.com/articulos/politica-exterior/la-politica-exterior-en-la-era-de-las-ideologias/
10.
Christopher Andrew y Vasili Mitrokhin, The Sword and the Shield. the
Mitrokhin Archive and the Secret History of the KGB, Basic
Books, New York.
11. David
Rockefeller, “From a China traveller”, New York Times on August 10, 1973.
12.
Directivos de Wall Street en el Caguán, en https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-917182
13.
Thomas Molnar, El modelo desfigurado, FCE, México, 1980, pág. 264.
14.
Julius Evola, “La civilización Americana”, en https://adversariometapolitico.wordpress.com/2015/04/12/la-civilizacion-americana-julius-evola/
Comentarios
Publicar un comentario