Guido de Giorgio - Instante y Eternidad (El mito del futuro)


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Guido de Giorgio, L’Instant et l’éternité – et autres textes sur la Tradition (Archè Milano, 1987)

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Podemos decir que lo sagrado se distingue de lo profano en el sentido de que esencialmente se vuelve hacia el pasado para fijar las etapas de una procesión que necesariamente encuentra su culminación en un "presente". Este "presente" es el punto metafísico donde se lanza la eternidad, donde los mundos se disuelven en una escala ilimitada, una duración sin ritmo, una dicha sin fin. El presente es la eternidad; el pasado es solo el vestíbulo que conduce hacia ella, lo que permite introducirse en la eternidad. Rehacer, redescubrir todo el ciclo que se logra en este punto significa llevar contigo la experiencia de los siglos, toda la evolución cósmica que desata su red en la pupila de Dios.

Dos concepciones del instante.

Fausto no pudo detener el instante, porque el instante solo lo entendió como un lapso, la iridiscencia inmediata de la ilusión, el vértigo que se sumerge en lugar de transfigurar "la sombra de la carne", la fantasía lábil y evanescente, no lo que en Dios sigue siendo un momento infinito que es el misterio de la actualidad eterna. Estos son los dos aspectos del "instante", dependiendo de si nos ubicamos en el plano humano o divino; estos son dos puntos aparentemente opuestos y divergentes que marcan dos mundos, dos ritmos, dos realidades, una de las cuales es absoluta, verdadera y la otra falaz e ilusoria. El verweile doch, de bist so schön (¡para, eres tan hermosa!) de Fausto no es más que un sustituto lírico muy original frente a la abismal plenitud de lo inefable donde se cumple el misterio de la gestación divina. El mito de la purificación a través de la estética es solo un puente muy frágil arrojado por la imbecilidad moderna sobre la momentánea ilusión humano-cósmica para escapar de la certeza positiva del misterio, de un muro infranqueable, si no es por el paso vertiginoso del ala, es decir, del Espíritu de Dios.

Es por eso que el mundo moderno oscila entre un pasado muerto y un futuro nebuloso, entre lo que ya no existe y lo que nunca será, excepto en la esperanza que anticipa y construye. La sabiduría tradicional, por otro lado, se encuentra en el pasado, la vive, la fertiliza, la actualiza, la inserta para traerla de vuelta al presente y renovarla en el ver aeternum (Eterna Primavera) que los Antiguos atribuyeron en la Edad de Oro, al indicar la germinación perenne de la Verdad, la proliferación de estados transfiguradores, la vida que no conoce ni el nacimiento ni la muerte porque se desarrolla en la dicha del conocedor directo. Pero para los modernos el pasado es pasado, está muerto, terminado, completado, cerrado, es irremediable: " le déjà vu, le déjà vécu" (lo ya visto, lo ya vivido), dice Bergson, de acuerdo con una orientación psicológica que manifiesta claramente todo el sentimentalismo nostálgico del hombre pequeño, terriblemente esclavo de su pequeño mundo. De modo que entre un pasado muerto y un futuro que aún no ha nacido, oscila el presente crepuscular, al mismo tiempo, un declive nublado y un amanecer demasiado pálido, en resumen, un verdadero descanso de agonía. Y esta visión errónea deriva el mito del futuro, la tensión hacia lo que no es, hacia lo que nunca será, porque en realidad solo el presente, que absorbe el pasado, es el punto dinámico, todo el arco de la nave que mira hacia el horizonte, pero nunca lo alcanza.

El pasado como lo muerto y como lo vivo

El hombre moderno puede compararse con un necróforo que suspira por el día que nunca se levanta: el cadáver que lleva es el pasado, la herencia inerte y estéril, y el día que espera es el futuro, los descendientes imaginarios, la realización radiante de un nacimiento quimérico inacabado. Cabe señalar que todos los modernos, los "grandes hombres", esperan un juicio final sobre su trabajo del futuro porque tal vez sienten, conscientemente o no, que nada de lo que han hecho está tradicionalmente relacionado con el flujo de la realidad del pasado, ni es capaz de resistir los movimientos de la aguja magnética del presente, instantáneo fugaz y momentáneo que tiene un impacto en muchos otros abismos que el rastro insignificante de la nube que pasa. Esta es la razón por la cual el hombre antiguo es portador de mundos: el pasado, no lo dejó atrás, sino que lo recoge y se lo lleva, para construir en realidad un único punto de incidencia, el solo presente, la actualidad, mientras que el hombre moderno, al deshacerse de una carga demasiado pesada para sus pequeños hombros viriles, es liviano, inconsistente y, por temor a ser arrojado al suelo por ráfagas oblicuas de viento, se aferra a la máquina que es tanto su cuna como su tumba. Porque con el mito del futuro está asociado el de la velocidad que ─ si consideramos su función, su esquema interno ─ es la abolición del pasado en lo ya recorrido, la imperceptibilidad del presente minimizado en la espera permanente del futuro. Los lectores que quieran profundizar estas ideas de una manera penetrante encontrarán más de un camino que conduce fácilmente a la comprensión de algunas verdades importantes. Queremos exponer aquí, con cierta insistencia, solo algunas reflexiones críticas, cuyo desarrollo demostrará ser más nítido y seguro.

Por lo tanto, entendemos que el hombre moderno y el hombre antiguo son absolutamente opuestos y, como en las antípodas, en el sentido literal del término, uno en relación con el otro: vinculado al mismo linaje, pero dirigido hacia cielos diferentes y a constelaciones distintas, aunque el mismo sol impasible ilumina esta línea en lo que para algunos es de día y para otros de noche. Para los antiguos, de hecho, el pasado lo es todo, para los modernos, nada, incluso cuando tienen la ilusión de buscar distraídamente soluciones a los problemas actuales, lo que se llaman "advertencias", "lecciones" del pasado ─, tantas fantasías sentimentales explotadas con oportunismo cínico de acuerdo con las circunstancias y propuestas a la credulidad de los ingenuos por las más lamentables ejecuciones. La retórica, que triunfa hoy como nunca antes en esta Europa turbulenta y pantanosa de hoy, usa los trucos más bestiales para obtener asentimiento, escucha de la plebe y usa el pasado como un remedio para todas las dolencias, bálsamo universal, soporte para el presente, pero para uso temporal como para alejar a Vae soli (¡Ay de los que están solos!)

El hombre moderno, en realidad, ya está atrapado en el pasado, ya no lo vive y solo le quita el polvo y la ruina: lo estudia, lo clasifica, lo ignora. Cuanto más detallada es la investigación, más esquelético se vuelve, y cada uno busca dar vida a estos huesos dispersos dormidos en el sueño de la muerte. Así, cuando recurren al pasado para estudiarlo, los modernos sucumben a la misma ilusión que cuando creen, por ejemplo, que la fotografía está más cerca de la verdad, mientras que la distorsiona por completo arreglándolo todo en un momentáneo instante que ya pasó. Pero independientemente del estudio, veamos si los modernos usan el pasado para la vida. Quien dice pasado dice Tradición, es decir, conexión interna, dinámica, sin adhesión externa, sin simpatía oportunista, no simple posición o situación; en otras palabras, debe haber entre continuidad pasada y presente, inmutabilidad o, mejor aún, un desarrollo rítmico tan regular, continuo, interno, que parezca insensible. La antigüedad, de hecho, se caracteriza por un tono constante que perdura, inmóvil, de una época a otra; hay y debe haber un cambio, pero se logra en profundidad, en los estratos interiores, invisiblemente, estamos tentados a decir, para no alterar la regularidad del ritmo.

El fin del mito

Se ha dicho muchas veces que las culturas antiguas son inmóviles o parecen serlo; pero esta es precisamente su grandeza, esta estabilidad fundamental que borra todos los contrastes, que integra todos los ritmos en su vena central, en el tipo tradicional, que solo permanece en la integridad de su eficiencia formativa. Es por eso que quien intenta permanecer en el dominio puro de la verdad tradicional, siempre se vuelve, lógicamente, al pasado, para volver a través de las etapas de certeza y agregarlas a su experiencia. Este, desde este ángulo, es por lo tanto recapitulativo y concluyente: no es una repetición externa, sino que da su ritmo al que no es otro que su propio rostro, ayer ignorado, ahora encontrado y revivido. Es muy difícil explicar ciertas cosas a aquellos que están en posiciones dualistas y que piensan que hay algo fuera de la Verdad, que es Dios eternamente presente. Verdad: solo allí nos convertimos en lo que somos, es decir que vamos más allá de la esfera de las limitaciones humanas para vivir la lucha misma del infinito.

Cuando decimos antiguo nos referimos a todo lo que es válido, duradero, tradicionalmente auténtico en el pasado de Oriente y Occidente, ya sea un pasado lejano o cercano, doctrinal o poético: lo que sea, siempre que refleje, en la verdad de la expresión, la gran luz del Supra-mundo. Además de los libros sagrados, existe la poesía (en el sentido que ya hemos especificado en otra ocasión, cf. Diorama del 24 de enero) y el arte sacro. Finalmente, existen todas las formas de actividad que, en el pasado, siempre estuvieron vinculadas a una verdad de orden superior, incluso en un utensilio modesto, y en la fabricación y el destino de objetos cotidianos. El pasado, tal como lo entendemos y como todos aquellos que buscan solo la verdad de Dios deben entenderlo, es la vida, el ritmo creativo, el depósito inagotable de sabiduría que se renueva cada vez que se actualiza por una nueva experiencia. Pero es sobre todo la realidad de una vida vibrante porque está animada por el aliento duradero de la savia de la Tradición. Los modernos, por su parte, consideran el pasado como una reliquia cuya obsolescencia elogian y alrededor de la cual merodean con curiosidad los fotógrafos y arqueólogos: ¿quiénes, entre ellos, aceptan plenamente el pasado, lo asumen en toda su magnitud, no para capturar fragmentos y exaltarlos, sino para integrarlos en su experiencia de vida recapitulándolos de una manera creativa?

La inmediatez tangible del presente

¿Cuántos admiradores de Dante hay que no se contentan con magnificar el verso o la expresión, cosa absolutamente externa y superficial, sino que aplican la doctrina, el conocimiento, en todos los niveles, qué se relacionan sobre todo con el viaje celestial?

El pasado no es nada si no está integrado, vivido, validado por la experiencia personal, por la vida, si no es un todo y es exaltado con gran emoción por sus mensajes eternos. Los modernos, cuando no fornican con el pasado como ladrones en una necrópolis, le dan la espalda, contemplando el hipotético "sol del futuro" que nunca brillará, porque el futuro existe solo como la última frontera que se desvanece en una imaginación laboriosa, espejismo y nada más, proyección falaz teñida por el espasmo de su propia insuficiencia. El "incumplimiento" frente a la Verdad, el sentimiento incurable de alguien que no sabe o no quiere saber, no sabe y no quiere llevar consigo todo el peso del mundo, asumirlo en el instante divino, tener creado el mito del futuro. Obstinadamente le da la espalda a lo que es, uno espera con curiosidad por lo que no es, lo que será, y suspira después de la confirmación de un sueño por un reflejo ilusorio del sueño mismo, en una caminata nocturna de fantasmas que solo el presente genera, por la espontaneidad de su flujo y su glamour. Una extraña especulación sobre el futuro, que hace que uno olvide los tesoros del pasado y la inmediatez tangible del presente. ¡Porque realmente estamos solo en el presente, con todos los mundos, en la unidad esencial del punto, joya de todas las joyas, ojo eterno de Dios!

Hay muchas otras cosas que nos gustaría decir, pero preferimos concluir con estas palabras de Zaratustra: "¡Diesen Menschen von heute will ich nicht Licht sein, nicht Licht heiszen". Die will ich blenden: Blitz meiner Weisheit! stich ihnen die Augen aus!" : " No quiero ser una luz para estos hombres de hoy, ni que me tomen por una luz. ¡A ellos ─ los quiero cegar, destello de mi sabiduría que perforar sus ojos!"

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