MANIFIESTO POLÍTICO DE SILVIO VILLEGAS Y AUGUSTO RAMIREZ MORENO





Solicitados por el afán histórico de nuestra época queremos hacer un clamoroso llamamiento a las derechas nacionalistas que asisten con angustia a la pérdida de la soberanía patria, a su otoño moral y económico. Cuando juzgamos que era deber nuestro acompañar a la república en sus trances de prosperidad o de infortunio, cuando descubrimos que la sensibilidad colombiana anhelaba el hallazgo de nuevas fórmulas sociales o económicas, lo hicimos con el perfecto desinterés do quienes obran al soplo del espíritu. Dos manifiestos descifraron nuestra doctrina sobre los negocios más sentidos de los tiempos en que fueron escritos. Un nacionalismo constructivo fue entonces la entraña de nuestros afanes políticos. Nuestros anhelos corren sobre los mismos horizontes, hoy cuando atropelladamente nos vamos quedando sin patria.

En diversos escritos hemos comprobado que el presente régimen trabaja conducido por fuerzas éticas, intelectuales y económicas, ajenas al interés nacional. Cada pueblo obedece a una ley propia de formación. El sentido de su vida moral, la substancia de sus conceptos colectivos, el ritmo de su crecimiento, el volumen de su producción, sus variantes geográficas, definen su inconfundible perfil histórico. Por tradición somos latinos e indo-hispanos. Seguimos la ley de nuestro propio destino, cuando afirmados en la tierra de los muertos nos defendemos de las influencias demasiado vehementes de otras razas.

Queremos reafirmar nuestra franca adhesión a una política de cordialidad internacional. Singularmente reprobable nos parece la hostilidad sañuda contra la gran democracia de Lincoln y de Wilson entre otras razones porque nos movemos dentro de su meridiano económico. Pero así mismo sostenemos con profundo sentido realista que la armonía continental no se afirma cuando los primeros magistrados de naciones libres se truecan en agentes oficiosos de grupos financieros tenazmente desacreditados en los propios Estados Unidos, por aventuradas especulaciones contrarias a la justicia social y a la ética de los negocios. El pueblo americano sufre tanto como nosotros el oprobio de este capitalismo rapaz.

Lo que particulariza a la presente administración es el sometimiento a poderes económicos extraños. Una plutocracia extranjera señora del Estado, ve extender dentro del país el campo de su propia influencia; por mediación activa del gobierno, administra, dirige y modifica una multitud de funciones públicas. Pero en la propia medida en que aumenta la docilidad del régimen ante la finanza forastera, se acrecienta en lo interior su tiranía sobre las diversas actividades ciudadanas, agobiando con impuestos confiscatorios a las clases productoras.
Para mala fortuna nuestra, la resistencia moral se ha aflojado tanto como la económica. Entre los dirigentes no aparecen sino por excepción los conductores austeros, pulcros y heroicos que en el pasado fabricaron el centro de la conciencia nacional. Los diarios, en su mayor parte, han llegado a ser apoderados efectivos de la finanza norteamericana. La combinación financiera ha matado la idea, el reclamo ha matado la crítica. El lucro conjugado a la baja ambición, produce el silencio comprado o la interesada defensa.
Si la economía nacional se aniquila y resta, es por la acción conjunta del régimen y de la prensa gubernamental que le han presentado una resistencia inexplicable y tenaz a la moratoria de nuestra deuda pública. Nosotros proponemos la moratoria como el fundamento de una política de poderoso calado. En todos los continentes vive hoy una democracia despojada que obra al servicio de pequeñas minorías capitalistas. El mundo no volverá a su equilibrio sino cuando se aniquile la usura plutocrática por la revisión de todas las deudas públicas y privadas. Puede afirmarse que el ciudadano colombiano, como el alemán o el inglés, trabaja cuatro o seis horas para el extranjero y el resto para su familia. Sólo la justicia internacional asociada podrá libertar al mundo de la voracidad capitalista.

Esta política del no pago entraña naturalmente la suspensión inmediata de los impuestos creados por el poder ejecutivo, quebrantando el mandato constitucional, la ética cristiana y las enseñanzas experimentales de la Hacienda Pública. Los impuestos recientemente decretados están destruyendo con afán la agricultura y las industrias, bases de toda prosperidad cierta.

Con todo, el pueblo colombiano sufriría los nuevos gravámenes con la estoica resignación, si se tratara de un continuado esfuerzo de restauración pública. Pero éstos se decretaron para saciar la codicia de los banqueros saxoamericanos y para sostener una burocracia opulenta, donde el nepotismo y el cohecho de las conciencias constituyen uno de los más repuestos capítulos. En una época de miseria se han multiplicado los regalos diplomáticos como premio a los que traicionaron a su partido y a sus amigos.

Imposible desconocer en un programa político moderno el movimiento ascensional de las clases obreras. Nuestra solicitud ha estado siempre con los humildes, porque la justicia social es el fundamento de todo nacionalismo. En este campo nosotros superamos las soluciones de izquierda conducidos por la infalible brújula del ideal católico. Capitalismo y comunismo son fórmulas intelectualmente fenecidas. El Estado no puede sustentarse sobre una sola de las clases que trenzan su complicada estructura. Las causas definitivamente victoriosas en la dilatada historia del mundo, son las que desbrozando él frío egoísmo rebosan de cálida ternura humana. El dinero, símbolo del poder, alimentado por la codicia o el odio, será vencido siempre por el espíritu, que es amor. Por encima de las instituciones exclusivamente económicas, perdurarán las instituciones biológicas como la familia y la nación. La lucha de clases será vencida por la tolerancia y la fraternidad. El Estado debe ser una voluntad de convivencia, y sobre la hostilidad de clases o el odio calcinador de los partidos políticos, no podrán florecer sino la barbarie o la anarquía. Nacionalizar todas las instituciones y todos los partidos es la urgencia presente. Nosotros hacemos un llamamiento a la unión de la patria para resistir al cosmopolitismo de la riqueza y a la penetración extranjera.

Contra el materialismo histórico, así sea socialista o capitalista, afirmamos la supremacía del espíritu. Las actividades religiosas, morales, jurídicas y políticas son las que determinan la actividad económica. La realidad social se funda en la conciencia inteligente del hombre.

El maqumismo, después de haber creado la concentración capitalista, está contribuyendo a su ruina, siendo al propio tiempo la causa de una particular decadencia intelectual y moral. Es preciso substituir el materialismo triste de nuestra época por un sentido espiritualista de la vida. Producir y consumir no deben ser los únicos polos de la inteligencia humana. Sólo el ideal piiede ofrecerle promesas de placeres inéditos a un mundo en ruinas.

Contra los milagreros de la política que ilusionan falazmente a los pueblos sin cancelar sus esperanzas, nosotros proclamamos la realidad nacional que es el trabajo favorecido por el Estado; contra la quimera colonizadora solicitamos una profunda reforma agraria. No nos presentamos como enemigos de la propiedad sino como partidarios fervorosos de su difusión. La única salvaguardia eficaz contra el comunismo es la creación de una pequeña burguesía campesina. Si queremos tener una patria perdurable en el tiempo, debemos humanizar la tierra «pie nos legaron nuestros ancestros. Durar y sufrir sobre un mismo suelo es lo que forma la malla invisible do la solidaridad nacional. Las masas campesinas, abandonadas de las clases dirigentes, se mudan en núcleos explosivos de comunismo y anarquía.

Es preciso reaccionar vigorosamente contra el criterio virreinal y centralista que dirige nuestras empresas económicas y administrativas. La política nacional debo ser·, ante todo, política de las provincias y para las provincias. Nuestra república sólo por excepción es urbana. Tenemos una democracia agraria que quiere oir hablar de sus pastos, de la cría de ganado y del cerdo, del cultivo del café, de la parcelación de la tierra, de una reforma educacionista encaminada a la formación técnica del campesino y del obrero. Lo que no entiende la población colombiana es el turbio ajetreo de la finanza cosmopolita y la obligada consulta de nuestros negocios económicos y administrativos con los banqueros de Wall Street, como lo realiza metódicamente nuestro gobierno.

Estos temas los entregamos a la meditación pública, con un criterio ajeno a toda avaricia sectaria. El verdadero hombre de Estado habla desde su partido para toda la nación.

En los manifiestos políticos de 1.924 y de 1.930 corre nuestro acervo doctrinario en cláusulas que han sido confirmadas por nuestras actividades cívicas. Marchábamos entonces como hoy, por las rutas interminables del espíritu. A las verdades eternas hemos procurado darles siempre un asiento en armonía con el nuevo estado psicológico de la época.

Pero la crisis presente no es de inteligencias sino de caracteres, no es de ideas sino de procedimientos, no es de estrategia sino de táctica y por eso este manifiesto responde a la necesidad casi dramática de resistir con hechos a la disolución nacional. Queremos un Directorio fuerte, que imprima en el partido huella profunda y que lo acostumbre a ejercitar la más vigorosa obediencia.

Nuestro partido está fuera del poder y aspira a reconquistarlo. Para esto precisa una imperial disciplina. Antes de dar la batalla es necesario contar el número de los espías y libertarnos de aquellos elementos que por debilidad o por negocio son capaces de convertir una victoria en retirada y una retirada en derrota.

Nuestra mayor urgencia presente es de agitadores eficaces y responsables. Necesitamos un partido procesional que invada los circos, los teatros, las calles, las plazas públicas en incansable acción política, para romper el más fuerte y poderoso silogismo de radicales y socialistas: el dominio de los grandes centros urbanos. El deber primero de los dirigentes es internarse en el país, recorrerlo en todos sus meridianos, para que su acción penetre en los misteriosos repliegues de la conciencia pública.

Conviene libertar a nuestro partido de la tutela parlamentaria, que establece una mezcla dañina de los problemas nacionales con negocios ceñidamente partidaristas, lo cual ocasiona descrédito a nuestra colectividad y a la república, al propio tiempo que facilita combinaciones donde juega el presupuesto su papel corruptor. Nuestra política debe definirse por medio de convenciones, libre, espontánea y sapientemente elegidas. La necesidad de una asamblea semejante se hace sentir hoy con vigor inusitado y nos vincularíamos a cualquier movimiento autorizado que la promoviera.

Queremos una disciplina dentro de la oposición, indispensable para cooperar con el gobierno o para combatirlo. Si el partido no define por medio de una convención su política, seremos pronto representados en el gobierno por ministros que no significan sino la traición remunerada. Sin esa coherente y lúcida política que pedimos continuaremos presenciando el espectáculo de una colectividad movilizada por el presupuesto, que justifica todas las claudicaciones si las respalda o si las premia un sueldo. Para afirmar el prestigio de los dirigentes debe declararse incompatible el carácter de empleado y el de individuo de las entidades directivas.

El cuociente electoral es una exigencia imperiosa para garantizar la efectividad del sufragio, evitando así que las mayorías políticas ejerzan sobre las minorías una opresión más insoportable que la de un solo amo. Allí donde existo un solo derecho desconocido, una sola opinión extraña a las determinaciones soberanas de la patria, allí no puede existir la república. El conservatismo debe ser el partido de la justicia social y política.

Un gobierno como el presente, opuesto al sentimiento libre y público de los colombianos, requiere conductores que encaucen tanta enemistad, que daña y amenaza con singulares peligros si no se ordena por caminos de actividad cívica. Para el propio gobierno es más tranquilizadora la presencia de caudillos civiles, intelectualmente responsables, que le cierren el paso, que la subterránea maniobra de cóleras sin expresión ni elocuencia. Acaso la peor insidia que pueda meditarse contra este gobierno deplorable, es cubrir de baldón a quienes hacen la crítica acerba pero civilizada de sus actos. Pensamos que los intereses de la república y los del partido exigen un Directorio de agitadores, que se movilice resueltamente contra las equivocaciones y las culpas del actual gobernante. Sólo la presencia del Directorio Nacional en las provincias puede realizar el milagro de recoger un fondo político para las campañas futuras.

El plan de las izquierdas consiste en acentuar las violencias morales y las coacciones físicas sobre los nuestros cuando se preparan a sufragar o se congregan en manifestaciones de carácter político. En milicias y en escuadras se lían venido organizando, no sólo con el propósito de amedrentarnos, sino para entrar en acción cuando su delirio de poder lo juzga conveniente. Se impone una metódica organización defensiva para evitar la dictadura del tumulto y asegurar el dominio de la calle. Las derechas tienen el deber social y moral imprescriptible de no esperar inermes que la coacción se ejercite.
La juventud universitaria debe entrar en la levadura de todos nuestros cálculos del porvenir y ha de entregársele una participación eminente en cada detalle de la acción. Por el número y la calidad, nuestros adherentes de las aulas constituyen el más admirable espectáculo y la realidad más asombrosa en esta época menguada.

Hemos querido insistir sobre los problemas de táctica política, porque cuando se trata de un ejército pronto a salir en campaña, el primero de sus problemas lógicos es el de la organización. Si a esto se agrega que la tierra que ante nosotros se abre es totalmente desconocida y es inmensa, justificados estamos en contribuir a que se descubra su ministerio.

Nuestro mayor anhelo es un conservatismo ascético, limpio, y estoico, que sea en la oposición o en el gobierno la reserva moral de la patria. A la juventud, a los dirigentes y al pueblo angustiado les entregamos este mandamiento supremo: SED PUROS.

Bogotá, febrero 18 de 1.932.
Silvio Villegas Augusto Ramírez Moreno

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