La nueva geopolítica indo-hispánica:
Por Juan Gabriel Caro Rivera
El otrora célebre sociólogo norteamericano Samuel
Huntington escribió alguna vez en su famoso libro El choque de las
civilizaciones que los conflictos bélicos del futuro tendrían como origen
las fracturas culturales y civilizatorias que se estaban generando en el mundo contemporáneo,
y que las guerras del ahora serían, más que entre estados nacionales, guerras
entre pueblos y civilizaciones distintas. De este modo, Huntington intentó
plantear un nuevo paradigma para comprender la dinámica de las relaciones
internacionales en un mundo donde la globalización, la caída del Muro de Berlín
y el capitalismo se extendían sin fronteras. Fue así que Huntington pensaba que
el conflicto actual sería la lucha entre “Occidente y el resto del mundo”, es
decir, la confrontación abierta entre el libre mercado y la democracia
occidental contra los valores espirituales y sociales de las diferentes
civilizaciones convertidas en rivales potenciales, o factuales, del Occidente
moderno. Huntington mismo hace una lista de los problemas que implicarían
semejantes luchas, enumerando como variables del conflicto el universalismo, la
proliferación armamentística, la expansión de los derechos humanos, la
democracia y la inmigración. Todos estos problemas marcarían el futuro de la
expansión o colapso del Occidente civilizado frente a unos rivales cada vez más
conscientes del reto que se estaba preparando.
Ahora bien, ¿cuáles son las implicaciones para
nosotros, los pueblos indo-hispanos o latinoamericanos de los razonamientos de
Huntington, y en general de toda una corriente occidental y liberal que ha
crecido bajo su estela? Según el esquema de Huntington, existirían un total de
seis civilizaciones, entre ellas una civilización latinoamericana que sería
claramente diferente de Occidente. Pero, ¿qué es Occidente para Huntington?
Occidente es, según sus palabras, una “civilización euroamericana o
noratlántica” (1). Para Huntington, «Occidente, pues, incluye, Europa y
Norteamérica, así como otros países de colonos europeos como Australia o Nueva
Zelanda” (2). Siendo aún más explícito, el politólogo norteamericano Peter
Beinart define Occidente de la siguiente manera: “Occidente es un término
racial y religioso. Para ser considerado occidental, un país debe ser mayormente
cristiano, preferiblemente protestante o católico, y mayoritariamente blanco.
Cuando existe ambigüedad sobre la “occidentalidad” de un país, es porque hay
ambigüedad o tensión entre estas dos características. ¿Es occidental América
Latina? Tal vez. La mayoría de sus habitantes son cristianos, pero bajo los
estándares estadounidenses, no son del todo blancos. ¿Son occidentales Albania
y Bosnia? Tal vez. Bajo los estándares estadounidenses, sus habitantes son
blancos. Pero son en su mayoría musulmanes» (3). De este modo se puede
identificar que Occidente es el Primer Mundo, racionalista, industrializado,
blanco, liberal y democrático que sería el epicentro de las potencias mundiales
actuales, lugar que Latinoamérica no ocuparía pues no cumple con ninguna de estas
características. En su lugar, dice Huntington, se habría desarrollado una
cultura “propia (que) incorpora, en grados diversos, elementos de las
civilizaciones americanas indígenas, ausentes de Norteamérica y de Europa. Ha
tenido una cultura corporativista y autoritaria que Europa tuvo en mucha menor
medida y Norteamérica no tuvo en absoluto. Tanto Europa como Norteamérica
sintieron los efectos de la Reforma y han combinado la cultura católica y la
protestante. Históricamente, Latinoamérica ha sido sólo católica, aunque esto
puede estar cambiando” (4). Con este razonamiento, Huntington no deja lugar a
dudas de que no considera América Latina como parte del mundo Occidental, o
mejor, la considera una civilización adjunta y un vástago de la civilización
Occidental.
Finalmente,
Huntington señalaría que la civilización latinoamericana estaría entrando en un
proceso lento de asimilación, donde ésta iría perdiendo sus características
específicas (catolicismo, corporativismo, autoritarismo, indigenismo, etc.)
para irse asimilando u homologando cada vez más a Occidente, en la medida en
que absorbería sus valores: capitalismo, democracia, protestantismo,
individualismo, american way of life, etc… Este proceso se vería
acelerado a causa de la deserción de varias naciones hispánicas que habrían
elegido conscientemente pertenecer a otras formaciones geopolíticas e
históricas con las cuales se habrían enfrentado, caso de España y México.
España, otrora defensora de la ortodoxia católica y considerada una anomalía
conservadora en Europa Occidental, habría elegido un camino contrario, pues
“sus líderes eligieron conscientemente convertirse en Estado miembro de la
civilización europea” (5), lo que significaría que finalmente España, cuya
identidad se habría construido en contra de la Reforma protestante, el
liberalismo ilustrado y la secularización moderna habría admitido su derrota y
su sometimiento a la Unión Europea nacida de la paz perpetua kantiana. En
cuanto México, Huntington recordaría un encuentro personal que habría tenido
con un alto funcionario de la administración del presidente Salinas, en donde
observaban el lento proceso de transformación de la sociedad mexicana y su
unión al NAFTA, podían ver que se estaban produciendo fuertes cambios sociales
y políticos. Huntington recuerda haberle dicho: “me parece que lo que ustedes
tratan de hacer básicamente es convertir a México de un país latinoamericano en
un país norteamericano”, a lo que replicó su interlocutor: “¡Exacto! Eso es
básicamente lo que estamos intentado hacer, aunque nunca lo digamos
públicamente” (6). En cuanto al resto de los Estados latinoamericanos, el
sociólogo estadounidense veía con buenos ojos la disolución de la identidad
escolástico-tomista surgida de la Contrarreforma y el hecho de que la
modernización en Latinoamérica “ha tomado una
forma protestante más que católica” (7). Huntington también comenta que el
hecho de que México entrara dentro de la geopolítica mercantil y cultural
norteamericana había desgarrado profundamente a este país, pero el hecho de que
otros Estados, como Chile, y ahora Colombia, hubieran entrado dentro de las
instituciones mundiales de gobernanza de la civilización occidental significaba
que este proceso de destrucción de las diferencias constitutivas de la
civilización latinoamericana sólo se aceleraría: “La situación latinoamericana
se complica, además, por el hecho de que México ha intentado redefinirse, dejando
su identidad latinoamericana por otra norteamericana, y Chile y otros Estados
podrían seguirle. Al final, la civilización latinoamericana podría fundirse en
una civilización occidental con tres puntas, de la que se convertiría en
subvariante” (8).
El panorama que nos ofrece Huntington, por supuesto,
es desolador y terrible: seria simplemente la asimilación de nuestros pueblos a
la civilización tecno-mecánica anglosajona y la destrucción de toda identidad.
Este proceso, que estaría siendo llevado a cabo de modo sistemático por
instituciones como la OEA, la OTAN, la OCDE, etc… estarían en consonancia con
el proceso de la globalización, la inmigración masiva, la creación de una
cultura mundial y la instauración de una república universal. Lo que resulta
más problemático seria el hecho de que este proceso no se ha detenido, sino que
en cambio ha venido profundizándose con el pasar del tiempo y ahora alcanza su
grado máximo de saturación: la entrada de Colombia en la OCDE y su ingreso en
la OTAN están en consonancia con este proceso de globalización, en el cual la
totalidad de los pueblos indo-hispanos corren la suerte de convertirse en meros
apéndices de un Occidente consumido por el materialismo, el hedonismo y el
utilitarismo. En cuanto a una posible solución, los recursos de los que se
dispone, al igual que las armas, la soberanía o los gobiernos dispuestos a
desarrollar una geopolítica alternativa, son cada vez menos. Los Estados
latinoamericanos sufren de una terrible crisis financiera y política, mientras
la burguesía y la élite cosmopolita de todas nuestras naciones se han entregado
a los sueños de crear un mundo único, rindiéndose a la tiranía de Mammón, al
oro, al comercio y al liberalismo.
En cuanto a las soluciones alternativas, resulta
coherente preguntarse quienes pueden actuar como un contrapeso frente a
semejante situación. Por un lado, la derecha indo-hispánica carece de unidad, y
en la mayoría de los casos, ya no existe ningún movimiento nacionalista de peso
o crítico de este proceso de disolución y mecanización de la vida. En la mayoría
de los casos, los componentes derechistas de las naciones indo-hispánicas están
compuestos de liberales cuya geopolítica gira alrededor del atlantismo y, en
este sentido, se han convertido en un vector de ruptura y destrucción de
nuestra civilización católico-escolástica. Sin hablar del peso creciente de las
sectas protestantes que cada vez capturan más y más el voto conservador y lo
ponen al servicio de la geopolítica norteamericana, con la cual se identifican
la mayoría de las veces los predicadores y comunidades pertenecientes a estas
sectas. La otra alternativa la compone la geopolítica izquierdista promocionada
por el socialismo del Siglo XXI y los movimientos bolivarianos que están
sufriendo una gran presión en estos momentos, acosados por terribles problemas
internos y externos. El epicentro de esta resistencia la conformaría Venezuela,
cuya crisis social y política pareciera intensificarse cada día. El objetivo
geopolítico de la izquierda latinoamericana sería precisamente romper con el
proceso de dependencia de las naciones del continente del imperialismo anglosajón
y proclamar una unión de pueblos latinoamericanos bajo las banderas del
socialismo, proyecto que aún está por desarrollarse y que ha sufrido
importantes reveses. Sin embargo, existe una tercera alternativa: la creación
de un frente unido de naciones indo-hispánicas que, alzando las banderas de la
resistencia, proclamen los ideales de soberanía política y económica, junto a
la defensa de la identidad nacional y continental. Ante la primacía de la
hegemonía de las potencias del Atlántico Norte, éstas naciones en cambio
proclamarían una hegemonía del Atlántico Sur, restaurando las relaciones
políticas y económicas con los pueblos del Asia y el África que habrían sido
parte de los imperios españoles y portugueses; expulsaría de sus costas a las
distintas potencias hegemónicas, británicas, francesas y estadounidenses;
firmaría tratados de defensa con los países africanos del otro lado del
Atlántico Sur y buscaría desarrollar y proteger las características únicas de
nuestros pueblos indo-hispánicos; buscarían las formas de cerrar el ingreso al
Mar Caribe y al Rio de la Plata de las potencias talasocráticas por medio de
canales, puentes, muros, sistemas de defensa, balcanizando el mar y debilitando
los océanos. Esta nueva hegemonía sería un vértice de ruptura que soltaría
nuestras amarras de la civilización mecánica occidental, pero tal proyecto está
lejos de plantearse de forma teórica o práctica, siendo casi inexistente, fuera
de ciertos círculos militares, nacionalistas o ultraconservadores…
Como el proceso de disolución se acelera, nosotros, pueblos
mestizos, católicos, indo-hispánicos, hemos entrado en un momento decisivo de
nuestra historia. Es necesario que las protestas que hoy inundan nuestras
calles se transformen en un grito de libertad y soberanía, a menos que
decidamos renunciar a ser sujetos conscientes de la geopolítica, portadores de
unos intereses concretos, y estemos dispuestos a convertirnos simplemente en
objetos de la globalización. En este caso, nos arriesgamos a perder nuestra
alma y convertirnos en simples autómatas al servicio de poderes extranjeros y
ajenos a nuestros valores. Hoy, cuando las grandes potencias mundiales parecen
estarse preparando para una nueva guerra mundial, cuando la robótica y la
inteligencia artificial parecen suplantar la consciencia humana por formas de
gestión de la sociedad automatizada, cuando vastos territorios de nuestro continente
(como el Amazonas y la Antártida) parecen estar siendo apetecidos por grandes
poderes económicos y extranjeros, sólo una lucha total, basada en el
radicalismo, podrá salvar las ruinas de nuestro pasado y abrirnos el camino
hacia el porvenir. Seguir este camino es nuestra única opción para un mañana
iluminado por los guerreros de la Virgen y el Águila de San Juan.
Notas:
- Samuel Huntington, The clash of civilizations, Simon
& Schuster, 1996, pág. 46.
- Ibíd.
- Beinart,
P. (6 de julio de 2017). The
Racial and Religious Paranoia of Trump’s Warsaw Speech. The
Atlantic. Recuperado de www.theatlantic.com/international/archive/2017/07/trump-speech-poland/532866/
- Samuel Huntington, The clash of civilizations, Simon
& Schuster, 1996, pág. 46.
- Ibid, pág. 136.
- Samuel
Huntington, “¿Choque de civilizaciones?”, en Revista Teorema, Vol. XX/1-2, 2001, pág. 142.
- Samuel Huntington, The clash of civilizations, Simon
& Schuster, 1996, pág. 99.
- Ibid, pág. 136
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