Foucault, el neoliberal
Por Juan Gabriel Caro Rivera
Uno de los temas que está entrando a debate en los
ambientes izquierdistas franceses es la cada vez más manifiesta afinidad
existente entre el pensamiento de la denominada Nueva Izquierda, nacida en Mayo
del 68, y el neoliberalismo económico. Hoy, este debate está empezando a caldear
los ánimos y se puede decir que gira alrededor de la figura de uno de los gurús
más importantes de la Nueva Izquierda: Michel Foucault. Gracias al trabajo de
investigación publicado por varios de sus discípulos y críticos, hoy surge una
nueva imagen de un Foucault menos izquierdista, o de extrema izquierda, y más
bien apuntando en un sentido contrario: el de un apologista de la sociedad
neoliberal y del capitalismo tardío. Realizando un examen de la obra de Michel
Foucault, los sociólogos franceses Daniel Zamora y Michael C. Behrent, han
mostrado una nueva imagen del famoso filósofo postmoderno, después de compilar
una serie de estudios acerca de la influencia del neoliberalismo en el
pensamiento de Foucault: su estudio titulado Foucault y el neoliberalismo, publicado por la editorial Amorrortu,
resulta muy revelador. En una entrevista hecha por la revista Ballast, Daniel Zamora señala como al
final de su vida Foucault mostró un gran interés por el neoliberalismo.
“Foucault”, dice Zamora, “se sentía muy atraído por el liberalismo económico: el
cual veía como una posible forma de gobierno menos normativa y autoritaria que
la izquierda socialista y comunista que encontraba totalmente obsoleta. Veía al
neoliberalismo como una opción “mucho menos burocrática” y “mucho menos
disciplinaria” que la propuesta por el Estado social de postguerra. Imaginaba
un neoliberalismo que no proyectaría un modelo antropológico sobre los
individuos y que les ofrecería mayor autonomía frente al Estado” (1).
Este tema no deja de tener una profunda repercusión en
el ámbito académico, pues la Nueva Izquierda francesa – convertida en el núcleo
duro de la postmodernidad occidental – había sido cubierta con un halo de
invulnerabilidad y reconocimiento acrítico de todos sus postulados. Muchos de
sus autores han sido consagrados en las universidades y las academias como
clásicos del pensamiento que son ineludibles, y los estudios hechos sobre ellos
se hacen ya innumerables. Recordemos que bajo el rotulo de la Nueva Izquierda
se agrupaban una serie de pensadores modernos, sobre todo franceses, que habían
optado por una revisión sistemática de la herencia del pensamiento de la
Modernidad Occidental y en la cual convergían autores como Félix Guattari,
Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Lacan, Jacques Derrida, entre otros. Muchos
de ellos optaron por una “deconstrucción” de la cultura occidental, la cual
clamaban estaba llena de prejuicios, autoritarismo, exclusiones y disciplinas
que habían producido un totalitarismo velado en las sociedades democráticas y
liberales. A través de la revisión del aparato teórico de la modernidad, sus
autores esperaban demoler ideológicamente semejante legado y preparar la
llegada de una nueva libertad: la de un “cuerpo sin órganos”, una lengua sin
contenidos, un mundo menos estructurado que podría finalmente ser considerado afín
a una sociedad libre. Muchos de los autores de esta Nueva Izquierda habían sido
disidentes de la Guerra Fría, identificándose como izquierdistas, pero
detestando los regímenes del socialismo real, a los cuales consideraban
demasiado autoritarios, y desligándose de cualquier herencia de la filosofía
ilustrada, que resultaba para ellos demasiado dogmática. El ataque sistemático
a las instituciones sociales, a las formas veladas de gobierno y poder, sin
hablar de su provocadora actitud hacia el orden general de la Europa de la
postguerra, convirtió a los representantes de la Nueva Izquierda en el objeto
de un culto fetichista de las nuevas generaciones universitarias, sobre todo en
las facultades de humanidades y filosofía, como los grandes exponentes de una
izquierda anárquica e individualista. Hoy día es imposible no oír los nombres
de alguno de ellos en los pasillos universitarios o siendo citados en revistas
científicas de investigación como autoridades consagradas. Lo que no deja de
ser un giro irónico para una serie de autores que se rebelaban contra la
autoridad establecida. De hecho, las posiciones de muchos de los representantes
de la Nueva Izquierda no pasaron desapercibidas, e incluso lograron llamar la
atención de la CIA, que vio con buenos ojos la deserción de los autores de
izquierda franceses, porque “ya no hay más Sartres, ya no hay más Gides”, sino
que en su lugar se mostraban hostiles a la Unión Soviética y atacaban los
presupuestos básicos del marxismo. Esto último despertó la simpatía de los
organismos de inteligencia norteamericanos, quienes comentaban que «en el campo de la antropología», dice un documento de
la CIA, «la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi
Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. […]
creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las
ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como
en Europa Occidental» (2).
Como recuerda el sociólogo Daniel Zamora, Foucault
llamó a abandonar las luchas políticas y sociales, que habían perdido sentido
en el Estado de Bienestar de la postguerra, y más bien proponía dedicarse a una
“resistencia molecular”, donde fueran cuestionadas las grandes construcciones
modernas y se disolvieran las masas homogéneas de la sociedad industrial. «En
realidad», dice Daniel Zamora, «la idea de una revolución “molecular”
descentralizada que pudiera conducir a grandes cambios se mostró poco realista,
especialmente cuando se trataba de las relaciones económicas. Si se quiere
entrar en una polémica, uno podría preguntarse por la relación entre esta
visión con el neoliberalismo. “No olvides inventar tu vida”, concluía Foucault
a comienzos de 1980. ¿Acaso no se asemeja mucho esto al mantra de Gary Becker
de que nosotros debemos convertirnos en “empresarios de nuestro yo”?» (3). Y no
deja de llamar la atención que precisamente esta convergencia entre el
postmodernismo y el neoliberalismo alcanzara su mayor auge en las universidades
norteamericanas, donde surgió precisamente el epíteto “postmoderno” y donde
todos sus representas (Foucault, Deleuze, Derrida) alcanzaron un gran reconocimiento
en vida. Zamora una vez más pone el dedo en la llaga y dice que resulta una
empresa inútil «reconciliar a Marx con Foucault en alguna síntesis mayor,
cuando de hecho al final de su vida Foucault “decidió deshacerse del marxismo”».
Tampoco puede alegarse que Foucault desconociera
los primeros experimentos neoliberales en la política y la sociedad, pues él conoció
muy bien la California gobernada por Ronald Reagan – quien por cierto destruyó
el sistema de hospitales psiquiátricos del Estado federal, lo cual siempre fue uno
de los grandes sueños de la anti-psiquiatría foucaultiana – y donde impartió
varios cursos en sus universidades. En lugar de eso, Zamora recuerda la «profunda
conexión entre el neoliberalismo como forma de gobernabilidad y la promoción,
por parte de Foucault, de la invención de nuevas subjetividades. Lejos de
oponerse, son dos ojos pares. Más abierto al pluralismo, el neoliberalismo
parecía ofrecer un marco menos estrecho para la proliferación de experimentos
de minorías» (4). Aquí cobra todo su sentido las palabras del filósofo francés
Jean-Claude Michéa, para quien “Foucault es el complemento cultural del
economicismo de Hayek, Friedman y Gary Becker”.
Todo lo anterior nos ayuda a explicar porqué algunos
de los seguidores y discípulos de Foucault han terminado por convertirse en
grandes defensores del capitalismo de mercado, mientras atacan de un modo
inmisericorde los sistemas de pensiones, los servicios sociales y el Estado de
Bienestar de la postguerra. Basta con citar a Beatriz Preciado, una de las representantes
más radicales de la izquierda feminista, quien escribía en el periódico digital
Libération que «no debemos llorar por
el fin del estado de bienestar, porque el Estado de Bienestar es el hospital
psiquiátrico, la oficina de discapacitados, la prisión, la escuela
patriarcal-colonial-heteronormativa» (5). Por supuesto, este desmonte de las
instituciones estatales está completamente de acuerdo con las políticas
neoliberales promocionadas por grandes figuras del mundo de los negocios como
Bill Gates o Georges Soros, quienes también se han convertido en grandes
defensores de las políticas a favor de las minorías sexuales, el feminismo, amigos
de la inmigración masiva y promotores del anti-racismo, mientras promueven la
demolición del aparato estatal y su suplantación por un sector privado y una
sociedad civil organizada que reemplazaría cualquier forma de poder público.
Como ya había observado Marx, el capitalismo no es un sistema social
conservador ni mucho menos: “La burguesía sólo puede existir si no es
revolucionando incesantemente los instrumentos de producción, y con él todo el
régimen social… La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas
las demás, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales,
por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y
mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y
venerables, se derrumban… Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma,
todo lo santo es profanado” (6). Por lo que no resulta extraño que el gran
capital financiero asumiera hoy el patrocinio de la nueva revolución de las
relaciones sociales que se está gestando, siendo esta revolución íntimamente
unida a las transformaciones del capitalismo y su concepción del individuo, que
hoy pasa de estar basada en el naturalismo filosófico del siglo XIX al
trans-humanismo que es promocionado por empresas como Google o filósofos postmarxistas
como Toni Negri, para quienes la naturaleza eterna no existe sino que puede ser
alterada por la biotecnología o la nanotecnología que hoy se está desarrollando.
No deja de ser interesante observar, como este nuevo
capitalismo y neoliberalismo han impregnado la cultura de la izquierda. Una vez
demolidos los últimos restos del socialismo real y conquistado el mundo por la
globalización, la izquierda por fin se ha separado del comunismo y ha decidido
conscientemente convertirse en el buldócer del capitalismo. Algunos
intelectuales de izquierda como Nancy Fraser o Daniel Zamora han señalado esta
contradicción. Nancy Fraser, por ejemplo, en su libro Las fortunas del feminismo ha mostrado como, poco a poco, el
movimiento feminista ha abandonado todas sus reivindicaciones de izquierda,
unidas al comunismo y al igualitarismo radical, para en su lugar adoptar el
discurso del “empoderamiento femenino” planteado por el capitalismo neoliberal,
cuyo modelo sería la mujer exitosa en la política y la economía, estilo Hillary
Clinton o Margaret Thatcher (7). Otros, como Daniel Zamora han señalado que la
postmodernidad foucaultina terminó por ser un antecesor directo de la Tercera Vía
de Tony Blair y Anthony Giddens, convirtiéndose de este modo en un defensor de
la globalización. Quizás esta impregnación cada vez mayor del socialismo por
elementos liberales sea la causa del hundimiento de los partidos comunistas y
la razón por la cual hoy día las clases trabajadoras votan cada vez más por los
partidos identitarios de derecha, tanto en América Septentrional como en
Europa. Una vez que la izquierda se unió al gran capital financiero y abrazó el
liberalismo cultural, era inevitable que las clases trabajadoras, consideradas
demasiado autoritarias y totalitarias, fueran atacadas y sustituidas por
objetos de rebelión que chocaban con su sentido común. Resulta interesante
anotar que ya en 1947, el comisario soviético y responsable del control ideológico
de la cultura en Rusia Andrei Zhdánov denunciara en su momento este giró en la
cultura occidental y de la izquierda francesa. Al comentar la obra de Jean-Paul
Sarte en su curso Sobre la historia de la
filosofía, Zhdánov señalaba como esta figura izquierdista de primera línea
en Europa alababa el Diario de un ladrón
del criminal homosexual Jean Genet: un libro que comenzaba declarando que su
tema seria “la traición, el robo y la homosexualidad”, para finalmente acabar
en la depravación y el nihilismo. Zhdánov vería en ello el desplome de la
filosofía occidental, última consecuencia del cosmopolitismo burgués: la
destrucción de toda moral y de relación social en defensa de las pasiones
individuales y la estética. “Hoy”,
escribía Zhdánov, “esas filosofías se presentan bajo una forma nueva,
particularmente repugnante, reflejando toda la profundidad, toda la bajeza,
toda la villanía de la decadencia burguesa. Los «souteneurs» y los criminales
de derecho común en filosofía significan, evidentemente, el límite de la ruina
y de la descomposición” (8).
Frente a este panorama, resulta bastante significativo
que hoy esté apareciendo una nueva generación de autores izquierdistas que,
distanciados de los medios de comunicación y exiliados de las academias, han
comenzado a denunciar este devenir de la Nueva Izquierda, convertida para
muchos de ellos en uno de los pilares centrales del sistema capitalista
globalizado y defendida por un grupo de gurús intelectuales enemigos de las
causas populares. Mientras Daniel Cohn-Bendit y Bernard-Henry Lévy –
protagonistas de Mayo del 68 y grandes héroes de la izquierda libertaria – se
dedican ahora a denunciar como fascistas todos los movimientos contestatarios –
caso de los chalecos amarillos en Francia y el crecimiento de las olas
populistas en el Primer Mundo –, otros han decidido regresar a las causas
originales del comunismo y abrazar los movimientos populistas dirigidos contra
el sistema. Este viejo estandarte ha sido alzado una vez más por autores como
Jean-Claude Michéa, Constazo Preve, Diego Fusaro, Adriano Errigel y Kevin
Boucaud-Victoire, quienes han decidido dejar de lado cualquier cooperación con
la izquierda fucsia y multicolor para más bien plantearse la pregunta contraria
y necesaria: ¿cuáles serán los presupuestos de la actual lucha contra el
cosmopolitismo burgués como último elemento de la alienación sistemática de lo
social y la cultura? Para esta izquierda populista, la lucha contra el
capitalismo ya no puede pasar por el deseo deconstruccionista de la anarquía
individual y el abandono de todo contenido social, antes bien se trata de una
nueva contestación que pretende rescatar del olvido todo aquello desechado por
la Nueva Izquierda en el transcurso del siglo XX. Si la Nueva Izquierda abandonó el socialismo y
afirmó, por el contrario, el libre mercado y la libertad individual a favor de
proyectos individuales de “experimentación del yo”, la izquierda populista propone
más bien “la síntesis entre las ideas de izquierda y los valores de la derecha
en nombre del interés nacional”. Es decir, el rescate del “trabajo, la
solidaridad, la defensa de los débiles, la comunidad” junto con “la familia, la
patria, el Estado, el honor”, tal y como afirma actualmente el filósofo
italiano Diego Fusaro (9).
Esta nueva brecha, que pareciera estarse formando en
la izquierda europea, nos pone frente a una disyuntiva: una defensa a ultranza
de la globalización y el neoliberalismo, amparada en la postmodernidad como la
ideología global de una multitud imperial sin rostro o contenido, o por el
contrario la defensa de un nacional-populismo que se enfrenta al cosmopolitismo
y reclama una defensa del trabajo frente al capitalismo financiero y de los
valores nacionales frente al universalismo. Semejante división, sin embargo,
recuerda a otra que ya había sucedido en el pasado, cuando la socialdemocracia
y el socialismo moderado europeo había adoptado el programa del reformismo,
dejando la bandera de la revolución y la lucha violenta al socialismo
nacionalista, que se encarnó en el sindicalismo y los movimientos nacionales. Ante
estos nuevos devenires políticos, la izquierda europea tendrá que enfrentar una
disyuntiva que parece estarse transformando en una guerra civil en su interior.
Notas:
1. Entrevista a
Daniel Zamora, “Peut-on critiquer Foucault?”, en la revista electrónica
Bastiat, https://www.revue-ballast.fr/peut-on-critiquer-foucault/
2. France: Defection of the Leftist
Intellectuals, en http://www.deigualaigual.net/cultura/2017/1222/braudel-levi-strauss-y-la-cia/
3. Entrevista a
Daniel Zamora, “La résistence chez Foucault ne prend plus vraiment le visage de
la lutte des clases”, en https://comptoir.org/2019/09/05/daniel-zamora-la-resistance-chez-foucault-ne-prend-plus-vraiment-le-visage-de-la-lutte-des-classes/
4. Ibid.
5. Beatriz
Preciado, “Nous disowns Revolution”, en https://next.liberation.fr/culture/2013/03/20/nous-disons-revolution_890087
6. Karl Marx y
Friederich Engels, Biografía del
Manifiesto Comunista, Editorial Mexico S.A., 1949, pág. 75-76.
7. Nancy Fraser, Las fortunas del feminismo, Traficante
de Sueños, 2015.
8. A. Zhdánov, “Sobre
la historia de la filosofía”, en http://www.filosofia.org/hem/dep/pce/nb024071.htm
9. Entrevista de
Rafaele Alberto Ventura a Diego Fusaro, “Le cas Fusaro”, en https://legrandcontinent.eu/fr/2018/10/27/nous-avons-rencontre-diego-fusaro/
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